Atendiendo a la imagen que transmiten a diario los medios de comunicación, la crisis financiera podría parecer cosa de bancos, bolsas y aseguradoras. Nada más lejos de la realidad. Su impacto se nota ya de forma muy acentuada en la economía real y lo sufren de forma especial las capas sociales más desfavorecidas. Un informe de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) cifra en 20 millones el número de empleos que se perderán entre enero de 2008 y diciembre de 2009 en todo el mundo a consecuencia de la crisis. El número de pobres (aquellos que sobreviven con menos de dos dólares diarios) llegará en 2009 los 1.920 millones, 400 millones más que antes del inicio de esta crisis. Además, en dos décadas la brecha que separa a los más ricos de los más pobres se ha abierto un 70%. Entretanto, el peso del sector financiero en la riqueza de EEUU saltaba del 5% en 1998 al 41% del pasado año.

Y mientras las nacionalizaciones de bancos no se detienen, no hay planes de rescate para aquellos que ven cómo se derrumban sus economías familiares ante la presión de los créditos y la escasez de trabajo. Todas estas cifras -y otras que hoy publica GARA- se combinan con los miles de millones de dinero público invertido en rescatar a los gigantes financieros, para constatar lo indecente de la apuesta de los estados por privatizar los beneficios y socializar las pérdidas.