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Cien años del nacimiento de Jorge Oteiza

Cuatro miradas para explorar el vacío oteizano

Hace hoy cien años que Orio vio nacer a Jorge Oteiza, y su legado permanece a buen recaudo. Los intelectuales que se han visto influenciados por el creador guipuzcoano cuentan a este diario el valor del «tesoro oteizano».

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Orio, 21 de octubre de 1908; nace Jorge Oteiza. Euskal Herria, 21 de octubre de 2008; el recuerdo de Jorge Oteiza nace desde el vacío pero, esta vez, para quedarse y lo hace mediante sus creaciones escultóricas, filosóficas y literarias. Un valioso legado que mantiene en vida el estilo oteizano, del que muchos artistas e intelectuales se han alimentado a lo largo de los últimos años. Gara ha recabado los testimonios de algunos de ellos, que aún ven ante sus ojos a aquel Jorge Oteiza que dejó huella en sus creaciones y se esfuerzan en guardar el tesoro que éste dejó para todo aquel que quiera seguir bajo la luz que marcaron sus obras.

«Ha sido el artista más importante del pueblo vasco»

Néstor BASTERRETXEA
Escultor

Lo que está claro es que para que hablen bien de tí, hay que morirse. Eso es lo que está ocurriendo con Oteiza, que todo son alabanzas. Cuando vivía había alabanzas, pero también críticas, y muy duras incluso. Yo he dicho, y lo mantengo, que Oteiza ha sido el artista más importante del pueblo vasco, en toda su historia. Porque también se suele decir que crear es inventar, y él era un gran inventor. Yo tuve con él una amistad realmente fraternal desde que le conocí en Buenos Aires. Le conocí en una fase agónica, económicamente agónica, hasta tal punto que el hombre tuvo que ir al Estado español y refugiarse en Madrid en casa de sus padres, siempre junto a su mujer Itziar. Llegó en un momento en donde el régimen de Franco mantenía un arte imperial fascista de mala calidad y Oteiza tuvo el valor de proclamar en Madrid y en los medios artisticos que la materia prima del arte es el Espacio, y con eso, desmantelaba toda la parafernalia franquista, además de llamar la atención de artistas e intelectuales en Madrid. Tuvo la enorme suerte de que en una de esas conferencias estaban presentes los dos arquitectos que acababan de ganar el proyecto de la nueva basílica de Arantzazu. Se quedaron impresionados con las ideas de Jorge Oteiza e hicieron todo lo posible para que él fuera el escultor del santuario. Recibimos muchas críticas y crearon una comisión para que nos expulsasen del proyecto, y lo consiguieron. 27 años después, volvimos otra vez a la basílica.
Jorge subió de nuevo a Arantzazu porque estaba tratando el espacio del muro frontal de la iglesia y aquello no podía quedar sin terminar. Entonces es cuando hizo los famosos catorce apóstoles, y dejó, sorprendentemente, todo el frontis como con una especie de silencio de piedra con los apóstoles abajo y rematando arriba el muro. Fue una idea genial, porque creo que no hay en el mundo un escultor que no hubiese utilizado ese plano maravilloso para situar una obra. Y él tuvo esa idea de, precisamente, dejar ese vacío. Oteiza era un escultor, pensador, filósofo, un poeta, un poeta fantástico. A mí me dijo un día que leyera los versos que le dedicó a su mujer cuando ella murió y no pude leerlos, me emocionaba. Era un hombre contradictorio, sorpresivo y eso le hacía ser una persona difícilmente aprehensible. Pero el trato continuo que tuve con él, aquella amistad, la valoraba como un privilegio. Jamás él se posicionó como él el maestro y yo el alumno; no, no fue así. Sí comentaba mis obras, pero no había casi nunca ninguna rectificación o sugerencias que cambiaran la obra. Había un respeto mutuo, porque nuestras obras eran muy distintas.

«Me convirtió en artista y en una persona diferente»

Iñaki ARZOZ
Artista y ensayista

Mi relación con Oteiza fue ocasional, al final de su vida, cuando le presenté con Andoni Alonso el libro “Jorge Oteiza. Artea eta pentsamendua.” Era un personaje tan deslumbrante que lo mejor era seguirlo a distancia, críticamente. Sin embargo, su influencia fue decisiva y, más que artística, vital: me convirtió en un artista y en una persona diferente. Lo primero que me fascinó fue su palabra: sus teorías y su poesía. Luego conocí de cerca su escultura y, aunque me considero vinculado al expresionismo y al conceptualismo, su racionalismo convulso conectó con mi visión del mundo, la nutrió espiritualmente. De ahí que estuviera implicado en varios proyectos «conspirativos», que culminan en la actual “Operación Oteiza” y en mi participación en Artamugarriak, una iniciativa artivista por el proceso de paz, cuyas acciones están inspiradas en Oteiza, como la acción que hemos realizado para su centenario en la playa de la Zurriola: “Bakerako Hutsak: crea un espacio-tiempo para la paz”. Frente a la recuperación del Oteiza escultor, positiva pero académica, me interesa más el Oteiza final, de los proyectos (im)posibles, del arte-vida y del nuevo arte popular. Finalmente, cada artista vasco tiene que hacer su propia «toma de conciencia» política respecto a su legado. Para mí, ya no tiene sentido el mito y el artista, sólo como preparación para el proyecto colectivo, revisable pero todavía factible en muchos aspectos. La escultura “Retrato de un gudari armado llamado Odiseo” representa para mí el modelo del luchador de la inteligencia, del conspirador desde el vacío.

«Oteiza se moldeó a sí mismo»

Juan Antonio URBELTZ
Antropólogo y folclorista

En la vida de cada cual todo tiene su momento. En mi caso debo decir que no conocí a Jorge de Oteiza por «casualidad», sino que fue cuando él quiso. Sería 1964, digo yo, cuando Jorge se «anunció» a través de un amigo común de Irun, Xavier Zuazu. Éste hizo un asombroso comentario y retrato de alguien llamado Jorge de Oteiza quien, desde el torbellino de un alma agitada, anunciaba con voz poderosa nuevos modos de ver y hacer cosas. Habían pasado algunos meses, quizá un año cuando, sin esperarlo, llegó la oportunidad para el encuentro. Sucedió en la Plaza de Armas de Hondarribia, durante el rodaje de la película “Ama Lur”. Pasé toda una mañana de charla con él, y allí tomó cuerpo lo que unos años antes ya había comenzado. En una de las primera visitas a Irun me acompañaba Marian, mi mujer. Itziar abrió la puerta, nos miró y llamando a Jorge dijo:
-¡Jorge, ven! ¡Aquí está Urbeltz con Mari Angeles, su novia! ¡Parece una manzana!
Tanto en vida como ahora que no está, Marian ha guardado en su corazón la galantería de este hombre de intensa y deslumbrante personalidad, que siempre tuvo el detalle de llamarla por su nombre. En la evocación de tanto recuerdo, que buscando un sitio para salir se atropella en la memoria, Jorge e Itziar aparecen en Goiko-Benta, junto a los apóstoles orillados en la carretera. A todos los efectos, la monumental obra de Arantzazu adquirió la magnitud de una labor propia del Renacimiento, con polémica teológica incluida. Luego, en Zarautz, concluida ya la obra, pero nuevamente cerca de una comunidad franciscana, Begoña y su familia fueron las personas que con más amor cuidaron de Jorge en los años finales. Es todo un tópico escribir sobre la identificación del artista o del científico con su obra. En el caso del escultor y la escultura todo parece más sencillo. A lo largo de su vida Jorge de Oteiza se moldeó a sí mismo, a imagen y semejanza de aquellos apóstoles abandonados y alineados en la carretera que llevaba al Santuario. De manera que cuando un pensamiento final voló hacia Itziar, dando por consumada la vida del hombre, de él mismo como propósito experimental, los Apóstoles de Arantzazu se pusieron en la tarea de vaciar la cara del escultor a imagen del apóstol catorce, de un atormentado Pablo de Tarso, con el que Jorge de Oteiza en vida tan vehementemente conversó.

«No concebía la pelota como un juego»

Joxan UNSAIN
Profesor y experto en pelota

La relación que mantuvimos Jorge y yo sucedió en torno a la pelota. Él estaba investigando los espacios vacíos y me llamó para preguntarme qué estaba haciendo. No fui capaz de entender sus postulados ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, a pesar de que ya había leído algún trabajo suyo y conocía cuáles eran sus ideas. Mantuvimos tres o cuatro encuentros, y en uno de ellos me dijo: «No cojas la pelota como un solo deporte, cuenta con una mayor profundidad». Él no concebía la pelota como un juego. Me comentó que teníamos que averiguar qué era lo que pensaban los más jóvenes sobre la pelota. Entonces organizamos un concurso donde se participaba a través de los versos y los dibujos. Yo daba clases a niños de 12-14 años, y se me hacía muy complicado entender la pelota desde el punto de vista artístico. Entonces, nos basamos en un juego práctico. En el frontón y en la pelota. Así, el frontón sería ese espacio vacío sobre el que estaba investigando Oteiza, y la cuestión que se planteaba, encontrar un espacio vacío en ese propio espacio. Y eso se llevaría a cabo haciendo un tanto al contrario, es decir, enviar la pelota a un lugar donde no haya nada, donde esté vacío.
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