Rafa Díez Usabiaga ex secretario general de LAB
La hipocresía del neoliberalismo
Hace un año se desató en EEUU una crisis financiera con la burbuja inmobiliaria y la morosidad de los créditos hipotecarios de alto riesgo o sub-prime como argumentos objetivables. Sin embargo, se estaba incubando un «virus» en el conjunto del sistema financiero internacional con graves consecuencias colaterales en el modelo económico mundial. Lo que algunos, intentando legitimar las capacidades propias del sistema, consideraban un pequeño catarro o accidente fruto de actuaciones insensatas e incorrectas de empresas y la piratería de determinadas entidades financieras, se ha convertido en un tumor, con metástasis incluida, que ha afectado de forma rapidísima al conjunto de la economía internacional.
Nadie parecía prever una evolución de esa naturaleza y dimensión. Los estados, los gendarmes del sistema como el FMI y el Banco Mundial, los grandes núcleos económico-financieros se han visto superados por los acontecimientos, demostrando las debilidades estructurales sobre las que se asienta el edificio capitalista en su dimensión o fase neoliberal de los últimos años.
La avaricia especulativa, la desregulación y anarquía de los mercados financieros, las imprudentes prácticas bancarias, en definitiva el modelo de crecimiento y acumulación capitalista, ha ido creando una economía artificial y especulativa que ha terminado por explotar en los morros de los paladines del mercado y el neoliberalismo. Los efectos son visibles a escala global con falta de liquidez, quiebras de compañías y, por supuesto, se está trasladando a la economía real y productiva con unas consecuencias de recesión que terminan por incidir en el conjunto de la ciudadanía.
Estamos ante el descarrilamiento espectacular de una globalización neoliberal liderada y gestionada por el capitalismo financiero y especulativo. Estamos ante el fracaso estrepitoso de un modelo de crecimiento económico que implementa los desequilibrios sociales y genera enormes acumulaciones y concentraciones de capital con efectos perversos en el conjunto de la economía. Estamos ante la hipocresía de un sistema que tras la caída del «socialismo real» se nos presentaba como único y sin alternativa. Estamos en una encrucijada donde la izquierda política y social tiene que acentuar su protagonismo, tanto en posiciones de contrapoder hacia terapias que el sistema plantea para su recomposición, como en el impulso de reivindicaciones que permitan avanzar hacia la definición y desarrollo de un modelo económico y social alternativo.
Es decir, al igual que el capitalismo tras el «crac socialista» lanzó una ofensiva ideológica y política impulsando y defendiendo un pensamiento único que contaminó con tesis neoliberales a posiciones sindicales y políticas, asimilando a sectores socialdemócratas y de izquierdas, en la coyuntura actual es fundamental pasar a una ofensiva dialéctica y propositiva que permita ganar espacios ideológicos poniendo bases de pensamiento y correlación de fuerzas para avanzar hacia otro modelo social.
Desde esta intencionalidad y desde nuestra barricada sindical, a la hora de explicar los hechos que estamos viviendo hay dos cuestiones estructurales que tenemos que asentar en términos ideológicos. Por un lado, la insostenibilidad del modelo de crecimiento vigente. Es decir, no estamos ante un problema puntual fruto de incompetencias o determinados desmanes económico-financieros, sino ante la evidencia de la insostenibilidad de un modelo de crecimiento que ha ido provocando enormes acumulaciones y concentraciones de capital, grandes movimientos especulativos y mayores desequilibrios económicos y sociales en el mundo. Y, por supuesto, un crecimiento económico a costa de agresiones permanentes al medio ambiente dentro de esa locura depredadora del sistema.
Y por otro, la caída del mito neoliberal. Desde el fin de la llamada «guerra fría», dándole forma y legitimidad al pensamiento único, se nos decía que los ciclos económicos formaban parte del pasado y que la liberalización y desregulación del mercado eran las pócimas mágicas del crecimiento. Ha sido una máxima defendida hasta la saciedad por todos los hooligans neoliberales en gobiernos y medios de comunicación. Hace tan solo unas semanas, cuando la tempestad anunciaba inundaciones generalizadas en los mercados, el «socialista» Zapatero, todavía, realizaba loas al mercado y a su capacidad de autorregulación pretendiendo, además, amortiguar el carácter de la crisis económica.
Ahora, sin embargo, cuando el sistema financiero internacional está anegado de aguas tóxicas, cuando la recesión económica afecta a la economía productiva, se apela de forma agónica al intervencionismo de los estados para enderezar y regular la situación; e incluso se plantean «nacionalizaciones» transitorias, cuando esta palabra para los neoliberales era sinónimo del pasado y del anacronismo socialista, cuando no hace bien poco ponían a caldo a países (Bolivia, Venezuela...) que abordan nacionalizaciones de sectores básicos para garantizar su desarrollo económico y evitar la piratería de las multinacionales.
Ahora, dinero público para los bancos para que la maquinaria capitalista siga funcionando, protegiendo a los grandes núcleos económico-financieros que dirigen la misma y, mientras tanto, a la clase trabajadora y ciudadanía en general se las condena a pagar los «platos rotos» con mayor desempleo, con subidas de hipotecas y precios de productos básicos, con pérdida de poder adquisitivo, con pérdidas en pequeñas inversiones, con anuncios de reformas laborales que piden más liberalización y flexibilización...
Nos encontramos, con todo ello, con situaciones y actuaciones en las que, da la impresión, nos toman por tontos. Aquí se destina dinero público a raudales para reflotar situaciones de entidades financieras que siguen arrojando beneficios mientras, eso sí, las hipotecas de los trabajadores y trabajadoras siguen subiendo, creándose situaciones límite en miles de familias por la realidad creciente de desempleo y precariedad laboral y la reducción de sus ingresos. ¿Qué plan de choque se plantea para ayudar a la liquidez de los trabajadores en sus relaciones con la banca? ¡Ninguno! Es decir, mientras los gobiernos van a rescatar a los bancos siguen dejando tirados a los de siempre.
Aquí se acepta por parte de las administraciones que empresas con beneficios rescindan contratos para rentabilizar sus resultados dejando a trabajadores y trabajadoras en la calle para que las administraciones (dinero público), en el mejor de los casos, se hagan cargo vía subsidios de desempleo.
Y, además, hay una cuestión que desata nuestra rabia y que evidencia esa hipocresía del sistema. Hemos visto caer entidades, desaparecer activos, esfumarse miles de millones... y, todavía a día de hoy, no hay responsabilidades penales ni políticas en ningún país de los implicados y, repito, responsables, de esos megaatracos sociales. Han robado y especulado a gran escala, han provocado la desaparición (con sus efectos en empresas e inversores) de grandes capitales y estos megaladrones siguen sin asumir ningún tipo de responsabilidad. ¿Dónde están los directores de bancos, compañías, que han quebrado, que han realizado semejante agujero especulativo? Se ve con claridad que el capitalismo se defiende a sí mismo y que los gobiernos pasan de puntillas ante la situación.
¿Qué hacer? No podemos ser sujetos pasivos del espectáculo diario que se nos presenta en los medios de comunicación mientras los efectos de la crisis siguen penetrando en el tejido social y en nuestras economías familiares. Hay que pasar a una ofensiva ideológica y movilizadora. Tenemos que denunciar a un sistema que ha permitido desarrollar un enorme ejército de especuladores. Tenemos que rechazar medidas que conlleven pérdidas de empleo, aumento de precariedad, congelación salarial... bajo el eufemismo de que «todos» tenemos que apretarnos el cinturón. Tenemos que exigir medidas sociales como moratorias en hipotecas, fiscalidad progresiva que permita situar la misma como instrumento de reparto de riqueza, incremento del salario mínimo para sus efectos en pensiones y subsidios...
Es decir, hay que luchar no para refundar el capitalismo, como pretenden algunos, sino para avanzar en un modelo económico y social alternativo, para impulsar un cambio al servicio de la mayoría social trabajadora. Una utopía que con el fracaso del pensamiento único aparece como necesaria y objetivamente posible.