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Ainara Lertxundi Periodista

«A puro dolor»

El sueño de Ivette era ser médico, completando así la saga familiar de especialistas en muy diversos campos. Sabía que por delante iba a tener una larga carrera, múltiples experiencias y la amarga sensación de verse, en ocasiones, atada de pies y manos por falta de recursos. Algo ajeno a su voluntad.

En una ocasión, casi a las puertas del quirófano del hospital materno-infantil de La Habana, alguien le preguntó si utilizaban la epidural en los partos. «¿Epidural? No, mi hija, aquí es a puro dolor», respondió sonriente enfundada en su bata y mascarilla verde. Algo tan habitual y cotidiano en nuestros hospitales puede convertirse en un artículo de lujo en otros. Y no porque los médicos cubanos sean contrarios a su uso o les guste ver sufrir a sus pacientes. Ni mucho menos.

Si algo tienen de su lado médicos como Ivette es la larga experiencia, la investigación y, en esencia, el conocimiento. Su mayor enemigo, las limitaciones impuestas por su «gran» vecino, empeñado en torpedear el desarrollo de la isla, sin importarle las consecuencias.

La empresa Boston Scientific y Ampliatzer, por ejemplo, se ha negado a vender a la isla los aparatos necesarios para detectar en los niños enfermedades cardiovasculares y defectos congénitos del corazón. Aparatos que también se suelen emplear en operaciones a corazón abierto a menores. Washington también ha impedido que empresas estadounidenses suministren a La Habana equipos de diagnóstico por imágenes utilizados en Oncología por su precisión e, incluso, ha prohibido la venta de jeringuillas para suministrar insulina a los diabéticos. Ante este prolongado e injustificado veto, no queda otro remedio que acudir a mercados más lejanos y multiplicar el gasto, prolongando las listas de espera.

Pero, pese a todos los pesares, los médicos cubanos miran con orgullo las bajas tasas de mortalidad infantil y la gratuidad de una medicina de calidad que sí está vetada para millones de estadounidenses. Menos mal que Barack Obama y John McCain dicen ser, claro que en plena campaña presidencial, «defensores del bien».

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