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Miguel Barnet Presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba

La cultura: alma y escudo de la nación

La convivencia en una sociedad revolucionaria contribuye a la creación colectiva y al ejercicio de la verdadera democracia cultural

El siglo XXI tendrá que ser el siglo de la cultura como el siglo XX lo fue de las invenciones. La cultura garantiza los bienes del espíritu, crea un patrimonio indestructible frente a todo tipo de contingencias y nos da la seguridad de vivir en un estado de armonía y de complacencia.

Si no ¿cómo explicar que en situaciones de desastres naturales hombres y mujeres encuentren en las artes la expansión de sus sentimientos y la confirmación del optimismo en la vida? La cultura es una puerta que se abre para no cerrarse jamás. No es un lujo, ni un ornamento, es, como escribió Fernando Ortiz, una energía. Y esa energía es, a su vez, generadora de conciencia y acicate para el desarrollo de la voluntad colectiva, palanca de acción creadora y ala de la imaginación.

Solo una concepción científica de la cultura generará un arte auténtico, y salvará al ser humano avocado a un siglo de guerras continuas y automatización. Salvar la memoria histórica como punto de partida y crear una nueva cultura serán la única respuesta para la salvación de la especie humana. La cultura como imaginación, como construcción de nuevas formas, de valores éticos y morales, de una estética que concilie lo más depura- do del arte con el mensaje de paz que haga más llevadera la existencia del hombre sobre la Tierra. Esa ha de ser la alternativa contra la desidia, el eclipse de la razón y de los más puros instintos creadores.

El 20 de octubre de 1868, cuando las tropas de Carlos Manuel de Céspedes tomaron el heroico Bayamo, se cantó nuestro himno por vez primera. Un himno con música de Perucho Figueredo que llamaba al combate a una patria que estaba sumida en el oprobio y encadenada a un coloniaje opresor. La cultura nacional y sus ideales más altos de independencia alcanzaron su cenit ese día sobre cimientos que habían sentado pensadores y literatos en las luchas frente al colonialismo y la esclavitud. Hoy anclados en una identidad que se nutre fundamentalmente de la diversidad de corrientes europeas, africanas y asiáticas proclamamos con orgullo nuestra total soberanía forjada en las raíces populares y en el pensamiento filosófico de hombres como Félix Varela, José de la Luz y Caballero y José Martí. La responsabilidad histórica de la generación heredera de este pensamiento marcará finalmente el destino de la nación, frente al egoísmo, la banalidad y la inercia intelectual que propone el capitalismo neoliberal.

La cultura es el mayor tesoro de la humanidad y el camino que conduce al reino de la justicia. El horizonte social estaría seriamente empobrecido sin la presencia de las expresiones artísticas y culturales. Creo, por otra parte, que uno de los mayores progresos de la especie humana es haber reconocido la diversidad como un derecho inalienable. Sin ese reconocimiento serían imposibles el diálogo y la coexistencia. La cultura, pues, otorga sentido a la vida y a la capacidad de existir en la comunidad y de participar en la creación colectiva. El artista y el escritor en el socialismo han adquirido una función principal: el derecho a expresarse, y existir en su sentido más pleno. Lo dijo con profunda convicción Alejo Carpentier, que ya había alcanzado el más alto reconocimiento internacional como escritor antes de 1959. En un acto público confesó que por primera vez con el advenimiento de la Revolución se sentía útil y que su función social estaba consumada; había pasado de la soledad a la solidaridad que lo acompañó hasta su muerte.

Hoy, cuando conmemoramos los cuatrocientos años del nacimiento de la literatura cubana, comprobamos cuánta razón tenía el autor de «El reino de este mundo».

Y cuánto de la vida cotidiana y de los anhelos y aspiraciones espirituales de la sociedad ha reflejado la literatura cubana y muy particularmente la poesía, que ha abarcado una infinita gama de temas universales.

La convivencia en una sociedad revolucionaria contribuye a la creación colectiva y al ejercicio de la verdadera democracia cultural.

Democracia que en estas horas difíciles ha mostrado con creces que la cultura, como se ha dicho tanto, es escudo y alma de la nación porque en ella participamos todos y de ella nos nutrimos. El eco de esa democracia cultural se ha hecho patente en las solidarias caravanas artísticas que han recorrido las zonas más devastadas del país. No ha habido una ciudad, un pueblo, un rincón de Cuba donde este ejército voluntario de artistas y escritores no haya estado presente con un mensaje de seducción y optimismo. Toda teoría de la función de la cultura queda supeditada a este emotivo diálogo de los creadores con el pueblo damnificado. Nada como ser testigos de esos rostros infantiles con la llegada de La Colmenita en poblados tan afectados como Manuel Sanguily, La Palma o la Isla de la Juventud, por sólo mencionar algunos. Nada como presenciar la actuación de nuestros mejores humoristas, de nuestros trovadores, de los grupos musicales, de los narradores orales, entre otros, ante una receptiva masa humana que en muchos casos ha quedado en total desolación.

Nada como atestiguar el valor espiritual del pueblo, ese que vence la furia de los huracanes y que queda indemne aún en la más dramática de las situaciones. Y ese valor no hace más que demostrar que la cultura no es otra cosa que alma y escudo de la nación.

© Prensa Latina.

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