Tropas ocupantes matan a nueve soldados afganos en otro bombardeo
Nueve soldados afganos murieron ayer en otro bombardeo de las tropas de la coalición ocupante contra un puesto de control, en un nuevo «error» que suscitó el enfado de las autoridades de Kabul. El Ministerio afgano de Defensa afirmó que hechos como el ocurrido ayer en la provincia de Khost «debilitan la moral de las fuerzas de seguridad y pueden poner incluso en peligro su desarrollo».
GARA |
«Helicópteros de las fuerzas internacionales tomaron por error como objetivo a nuestros soldados, que se encontraban garantizando la seguridad durante el registro de electores de cara a los comicios presidenciales del próximo año», precisó el coronel Mohammad Gul, portavoz del Ejército afgano en el este del país. En el ataque ocurrido en el distrito de Dowa Manda, en la provincia de Khost, fronteriza con Pakistán murieron nueve soldados afganos y tres más resultaron heridos, uno de ellos en estado crítico, señaló el Ministerio de Defensa.
Aunque se desconocen con detalles las circunstancias del suceso, las primeras informaciones apuntan a que un helicóptero disparó contra un puesto de control del Ejército afgano, al parecer, por error.
La coalición ocupante, bajo mando estadounidense, dijo haber abierto una investigación conjunta con el Ejército afgano. «Las tropas de la coalición quizá mataron e hirieron por error a soldados afganos anoche -por la noche del martes al miércoles- en la provincia de Khost», declaró prudentemente en un comunicado, que añadía que «informes iniciales de las unidades in situ indican que podría tratarse de un error de definición de las dos partes implicadas».
«Atropello»
El Ministerio afgano de Defensa condenó duramente lo sucedido, que calificó de nuevo «atropello». En un comunicado, aseguró que «estas tragedias debilitan la moral de las fuerzas de seguridad y pueden, incluso, poner en peligro su desarrollo» y expresó su «promesa al pueblo y Ejército afganos que a los culpables se les llevará a juicio y serán juzgados según las leyes vigentes.
Las tropas extranjeras en Afganistán son acusadas regularmente de cometer atropellos durante sus bombardeos o combates con supuestos insurgentes, pero las víctimas entre las fuerzas combinadas como consecuencia del «fuego amigo» son menos habituales.
El 20 de julio, nueve policías afganos fallecieron en un bombardeo de la coalición liderada por EEUU en la provincia de Farah, en el suroeste del país. Policías afganos, por una partes, y soldados afganos y extranjeros, por otra, se tomaron recíprocamente por insurgentes talibán.
Deserciones y cambio de bando
La semana pasada diferentes medios afganos e internacionales señalaron que «al menos 70 efectivos de las fuerzas de seguridad» habrían decidido cambiar de bando y pasarse al lado talibán para luchar contra los ejércitos «infieles» de la OTAN.
Según las mismas fuentes, las dudas respecto a la misión internacional, la intensa propaganda talibán -que ya ha ganado la batalla de la opinión pública en su país- y, sobre todo, las mejores condiciones económicas, son algunos de los motivos que les habrían llevado a tomar la decisión.
El Ministerio de Interior en Kabul redujo el número a «un máximo de diez» y aseguraron que «el reclutamiento se incrementa cada año».
El presidente del país, Hamid Karzai, ha denunciado en más de una ocasión que las fuerzas internacionales no coordinan sus operaciones con los militares afganos. A finales de agosto, el Gobierno de Kabul amenazó, incluso, con renegociar los términos de la presencia militar extranjera en Afganistán, tras una serie de bombardeos que causaron numerosas bajas civiles. El más grave ocurrió el 22 de agosto en Azizabad, donde murieron 90 civiles en un ataque estadounidense, según las autoridades afganas.
Según un informe de la organización HRW, el número de civiles muertos en bombardeos de la coalición ocupante se triplicó entre 2006 y 2007.
Del desierto iraquí a las montañas afganas, el cabo McCall ha luchado en los dos principales escenarios de la «guerra estadounidense al terror». Y lo tiene claro. Preferiría no tener que volver a Afganistán, «diez veces peor y donde realmente nos odian».
Connell McCall, 23 años de edad, acaba de volver a Camp Speicher, inmensa base estadounidense cerca de Tikrit, bastión en su día de Saddam y escenario periódico de atentados.
Pero para él, recién llegado de Afganistán, es un paraíso. No en vano califica como «la más terrible de mi vida» su experiencia en el valle de Pech, cerca de la frontera con Pakistán, coronado por imponentes montañas y rodeado de un espeso bosque en el que la resistencia afgana campa a sus anchas. Nunca olvidará aquellas carreteras, demasiado estrechas para los camiones blindados, por lo que había que transitar con vehículos ligeros sin saber nunca si, a cada curva, esperaba una bomba o un ataque.
En su boca, Irak, colonizado durante decenios, es un país dócil comparado con Afganistán, al que ni los británicos ni los soviéticos pudieron doblegar.
«Irak se parece a EEUU, está desarrollado. En Afganistán no hay nada. Y la gente es huraña. No he visto a un pueblo que nos odie tanto».
«Nos tiran piedras, nos dicen que nos vayamos de su país», añade.
McCall no tiene dudas. «Si me dieran a elegir me negaría a volver a Afganistán, por dos razones». La primera, su pequeña de ocho meses. La segunda, el propio Afganistán, donde ha estado destinado tres años. «No se lo aconsejo a nadie», añade receloso. «Aquello es como para volverse simplemente loco».
La coalición ocupante anunció haber matado al menos a 55 insurgentes talibán en combates con las fuerzas combinadas extranjeras y afganas en el sur de Afganistán.