GARA > Idatzia > > Mundua

ANÁLISIS | OCUPACIÓN MILITAR EXTRANJERA

Movimientos en torno a Afganistán

Siguiendo el estereotipo del «poli bueno» y «poli malo», los estrategas occidentales quieren presentar la falsa disyuntiva entre la «guerra mala» (Iraq) y la «guerra buena» (Afganistán), tratando de esa forma de cimentar los argumentos que permitieron la ocupación de este segundo país hace siete años.

p020_f01148x104.jpg

Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Con la planificación en marcha para poner fin a medio plazo a la ocupación militar en Iraq, los estrategas occidentales han centrado sus esfuerzos en buscar otra salida a la complicada situación que ellos mismos han desarrollado en Afganistán.

El fracaso de la ocupación internacional es un aspecto clave, y normalmente silenciado. Desde hace siete años, la población afgana ha recibido mil y una promesas de ayuda y lo que que perciben es que la ocupación les ha traído muerte y destrucción. Esa red de estados, agencias no gubernamentales y organizaciones internacionales ha incumplido una tras otra todas las promesas de estos años.

El plan inicial distribuía responsabilidades entre los principales miembros de la coalición ocupante. Así, «EEUU se encargaría de la reforma y construcción del nuevo Ejército afgano; Alemania haría lo propio con la Policía; Japón se ocuparía del desarme, desmovilización e integración de los combatientes; Gran Bretaña lucharía contra el narcotráfico e Italia se encargaría del sistema judicial».

A día de hoy, los analistas señalan que no existe «un mecanismo estratégico que permita la coordinación entre esos actores», una manera muy sutil de decir que esa supuesta intervención humanitaria es un Reino de Taifas en el que cada cual busca su propio beneficio. Los expertos apuntan también la falta de fondos inversores para los proyectos aprobados, alegando en muchas ocasiones que el coste de la ocupación en Iraq ha impedido aportar esas cantidades para reconstruir el país.

En Afganistán es muy peligroso ser afgano, comentaba con ironía un estudiante local, en referencia a las continuas operaciones militares de los ocupantes, pero que también guarda una estrecha relación con el panorama que emerge en el país tras siete años de ocupación.

Las operaciones militares y los partes que les siguen son un verdadero insulto a la inteligencia. Cuando presentan la cifra de bajas de los militares combatientes talibán se abre un abanico de preguntas. Si el número de muertos en la resistencia es tan elevado, y todavía siguen peleando, entonces, ¿cuántos la componen?

Es más probable que muchas de esas víctimas integren la cínica cifra de «víctimas colaterales», es decir, muertes entre la población civil. Y este tipo de situaciones tienen sus consecuencias. Crece el rechazo de la población afgana hacia las tropas extranjeras y aumenta el reclutamiento para las filas de lo que algunos presentan como «un movimiento de resistencia nacional contra la ocupación».

A todo ello se suma una fotografía muy negra, producto de la ocupación, del actual Afganistán. De momento crece el desempleo y las expectativas de encontrar trabajo son muy escasas; el sector público está siendo desmantelado por las propias agencias extranjeras que dicen afrontar la reconstrucción, pero se llevan a los trabajadores más cualificados; esa reconstrucción es mínima, casi inapreciable, con la mayoría de proyectos sin fondos y sin llegar a materializarse; la seguridad es inexistente en casi todas las zonas controladas oficialmente por los ocupantes; y la corrupción se expande por doquier.

Con ese puzzle que la población afgana percibe con nitidez, no es de extrañar que los acontecimientos estén tomando el actual rumbo, que muestra que el tiempo corre contra los deseos de los ocupantes.

Porque está cada vez más claro que las fuerzas de ocupación están perdiendo la guerra, y algunas son conscientes de ello. Las operaciones militares de la resistencia afgana se han extendido estos meses a más zonas, llegando a operar dentro de la capital y en ciudades cercanas. Algunas fuentes apuntan que el control del Gobierno afgano se limita a menos del 30% del territorio, y los enfrentamientos se suceden en zonas teóricamente en manos de la coalición extranjera (norte y este). Además, las carreteras que unen Pakistán con las principales ciudades afganas son continuamente atacadas por los miembros de la resistencia.

De momento, la caracterización de la resistencia es algo que va más allá del tópico de situarla como una expresión de los talibán. Si bien su peso es evidente, existen otros grupos y organizaciones que se han unido para «afrontar la ocupación extranjera». Hoy día la resistencia se muestra políticamente unida, aunque a cierto nivel su coordinación no es muy sólida.

El vacío gubernamental está siendo cubierto con una Administración paralela, una especie de Gobierno alternativo, que cuenta cada vez más con el respaldo de la población afgana, cansada de soportar la ocupación y un Ejecutivo visto como su marioneta.

Dentro de la coalición ocupante se han sucedido en las últimas semanas algunos movimientos y debates interesantes, que reflejan, además, que en su seno se pueden encontrar fisuras. Mientras unos apuestan por incrementar el número de tropas, defendiendo la viabilidad de una victoria militar unida a una mayor intervención en el vecino Pakistán, otros defienden aprovechar la superioridad militar para forzar a la resistencia a negociar, pero descartando a los talibán.

El nombramiento del general Petraeus como máximo responsable militar de la región es una señal en ese sentido. Los dirigentes estadounidenses pretenden aplicar su experiencia iraquí en Afganistán, para lo que será clave el papel de Pakistán.

De todas formas estas estrategias parecen condenadas al fracaso. Como señalan sus detractores, a más tropas de ocupación más objetivos militares para la resistencia, y más situaciones de violencia generadas por los ocupantes, con su consiguiente rechazo de la población.

Para salir de ese círculo vicioso, destacados militares y diplomáticos de la coalición han apostado por la búsqueda de una salida negociada, conscientes de la «imposibilidad de vencer militarmente» y de la consecuente eternización de la ocupación, con los costes económicos y de vidas que conllevaría.

La apuesta por determinados talibán en detrimento de otros parecía, en un principio, buscar la división en la resistencia, pero las noticias sobre los recientes encuentros en Arabia Saudí pueden significar otra cosa. En La Mecca, ha habido reuniones al más alto nivel entre una delegación de once talibán, dos altos cargos del Gobierno afgano y representantes de otros grupos de la resistencia, como el liderado por Gulfadin Hekmatyar, con la mediación de destacadas figuras de la casa real saudí, deseosa de cobrar más influencia en la región y en el mundo musulmán.

Mientras el ministro afgano de Defensa ha señalado que la resolución del conflicto requiere un «acuerdo político con los talibán», y en Gran Bretaña, cualificadas voces han aplaudido la reunión, desde EEUU, los candidatos a la Presidencia se han comprometido a mandar más tropas, apostando por las estrategias más militaristas.

La estrategia de la ocupación ha fracasado y aferrarse a ella implica acrecentar el sufrimiento para el pueblo afgano. Como ha dicho un alto mando militar británico, «el problema real no es militar, sino político», y sólo a través de la negociación podrá ponerse fin a la situación generada, y eso no se debe olvidar, por la intervención extranjera.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo