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Ahora juntos, pero no revueltos

Comparar la crisis UPN-PP con una ruptura de pareja es lo más socorrido estos días. Una pareja en la que una parte sólo pedía más libertad, pero la otra se negó a cambiar su rol. Así las cosas, cuando por vez primera en 17 años se ha abierto la reflexión, UPN ha visto que hay mucha vida tras esa relación, más aún cuando la casa comprada a medias está a su nombre y no le van a faltar invitados para vencer la soledad.

Análisis : Antes y durante la crisis

Ramón SOLA

Prácticamente nadie previó que la crisis entre UPN y PP llegaría al término de la ruptura formal del pacto. Los más pusieron en duda, incluso, que el órdago de Sanz sobre los presupuestos durara más de unos días. Pues bien, ese escenario ya está aquí, lo que da respuesta a algunas preguntas del pasado y abre otras de cara al futuro.

¿Qué pretendía UPN?

Sólo más autonomía respecto al PP. Miguel Sanz -todo esto es obra suya y el partido se ha visto arrastrado- la pidió con varias iniciativas menores que se rechazaron o ni siquiera se atendieron: sobre todo, la de un grupo propio en el Congreso. El PP la despreció tildándola de «estrambote», pese a que en su momento el PP sí obtuvo diputados de UPN para «engordar» a ¡Coalición Canaria!

Aunque pasara totalmente desapercibido, en diciembre de 2007 UPN y PP firmaron su habitual pacto preelectoral y Sanz introdujo allí una modificación que él mismo presentó como salvaguarda de la «autonomía del subgrupo de UPN, sin perjudicar los objetivos generales del pacto». A Sanz seguramente le bastaba con eso, pero el PP decidió que no, que el jefe era él.

¿Qué pretendía el PP?

Desde Génova, y tras 17 años de relación, a nadie se le pasó por la cabeza que UPN -un simple invitado a sus congresos y Comités Nacionales con voz pero sin voto- pudiera tensar la cuerda tanto. Entre otras cosas, erró porque sus «informantes» -Jaime Ignacio del Burgo y Santiago Cervera- no tienen interlocución con Sanz y su grupo.

Con el paso de los días, Rajoy se ha encontrado atrapado en otro problema: su propia debilidad interna, que hace que los grandes grupos mediáticos de la derecha le exijan que no ceda. Y eso que se trataba de un pulso muy pequeño que podía haber desactivado en cualquier momento (el voto de UPN en los presupuestos era inútil, por lo que ése no podía ser casus belli).

¿Cuándo se pasa de la separación temporal a la posibilidad de ruptura?

El punto de no-retorno se produce en el Consejo Político de UPN del viernes 10 de octubre. Nadie duda de que Sanz sacará adelante su plan, dado que se trata de un órgano formado por electos y en el que ni siquiera están «poderes fácticos» como Del Burgo. Pero el propio Sanz se emociona al comprobar que el apoyo supera el 90% y que sólo hay cinco votos en contra. Esa noche empieza a vislumbrar que fuera de la fusión puede haber más réditos que pérdidas.

¿Cómo llega la ruptura?

Aunque se mantiene una doble vía de contacto en la cúpula (Rajoy-Sanz y De Cospedal-Barcina) la militancia de UPN se informa de la crisis a través de otros medios en los que su presidente aparece vituperado como un traidor, una marioneta en manos del empresario Antonio Catalán, un bon vivant y un irresponsable. La COPE y ``El Mundo'' vuelven a errar el cálculo, porque no consiguen amedrentar a UPN, sino activar el mecanismo emocional de sus bases, que ahora sí se sienten tan dolidas como su líder. Rajoy persevera para buscar una salida -Sanz se lo reconoció ayer-, pero el entorno mediático que lo chantajea ha torpedeado sus planes.

¿Quién paga los platos rotos?

Cuando Sanz hace la factura de la ruptura, las cuentas le cuadran: las sedes son de UPN, las principales instituciones son de UPN, los electos son de UPN, y sobre todo lo son las siglas. Sólo los afiliados mayores de 35 años saben lo que era tener un carné del PP en Nafarroa. Rajoy tendrá que empezar de cero, «y no sé si tiene espacio político», afirma Sanz. Para empezar, pasarse de UPN al PP obliga a identificarse en el extremo derecho del arco político, algo que no suele ser muy cómodo; obliga a pasar del poder a la oposición; y obliga a cambiar un valor seguro como el de UPN por una inversión de riesgo, como el PP.

¿Qué pierde y qué gana UPN?

En términos prácticos, UPN sólo puede perder el europarlamentario que le cede históricamente el PP y el acta de diputado que ostenta ahora Santiago Cervera. Pero, curiosamente, si Carlos Salvador se va al Grupo Mixto -algo que el PP ya ha dicho que no quiere- UPN tendría más voz en Madrid que la que ha demostrado hasta ahora.

Los márgenes para crecer, por contra, son evidentes. El más inminente, fagocitar a CDN. Ya ha engrasado la reunificación en los últimos meses al cederle dos consejeros cuando sólo tiene dos parlamentarios. Y la «prejubilación» del incómodo Juan Cruz Alli, autor de la escisión, removió el último obstáculo.

¿Cambiará el Gobierno?

Sanz quizás se lo ofrezca al PSN -se habla ya de propuestas de cesión de consejerías concretas como Educación o Vivienda-, pero no parece que el PSOE pueda caer en esa trampa. En realidad, salvo en la última etapa, UPN y PSN siempre han jugado a un bipartidismo «responsable» -como lo define Sanz-, destinado a comerse conjuntamente la mayor parte posible de la tarta electoral. Y para eso resulta más rentable que el PSN aparezca como alternativa, en una presunta oposición.

¿Y el resto?

El shock provocado por una ruptura es patente, pero no parece que vaya a provocar cambios de estrategia. Frente a la recomposición del histórico tándem UPN-PSN (ahora UPN-PP-PSN), Nafarroa Bai evidencia que su apuesta no es buscar otro alineamiento paralelo entre partidarios de un cambio real, sino seguir tratando de meter una cu- ña imposible entre UPN y PSN.

 

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