Alberto Frías Eguzki
Del «comeremos berzas» a los presupuestos radiactivos
El respeto a la voluntad popular mayoritaria, como en el caso de la exigencia del cierre inmediato de Garoña hay que ganárselo, también en la calle, hombro con hombro
Dicen que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla, por eso en tiempos equívocos como los que nos toca vivir hay que activar la memoria popular para convertirnos en actores conscientes de nuestro presente y forjadores del futuro al que aspiramos. Por eso desde Eguzki, ante la convocatoria de una nueva movilización por el cierre de la central nuclear de Garoña, que esperamos sea la más multitudinaria y la última, queremos compartir nuestras reflexiones sobre la importancia de la movilización popular.
Hace ahora treinta años se celebró en Bilbo la que se calificó entonces como «mayor manifestación de la historia de Euskadi», cuya participación se cifró en 150.000 personas demandando la paralización de la central nuclear de Lemoiz. A su vez, el 10 de abril de 1978 el Consejo General Vasco, en respuesta a la propuesta de los trabajadores de la central de realizar un referéndum, se muestra contrario porque «Madrid no lo admitiría».
Como veis, la noria de la historia gira sobre el mismo eje, y lo que hoy parece de rabiosa actualidad no lo es tanto. El 17 de octubre de 1981 La Asamblea Nacional del PNV se pronuncia a favor de Lemoiz, culminando así un proceso interno en el que se presentaron dos ponencias alternativas. También entonces como ahora se jugaba a que lo que haga la mano derecha no lo vea la izquierda, a que las «distintas sensibilidades» afloren como señuelo para despistados. Ese juego del péndulo y la balanza que siempre cae del mismo lado desde la cercana-lejana Txiberta.
Pocos días después, el 30 de octubre, llega lo más jugoso. «Ninguna de las decisiones del PNV, ni sobre la entrada en la OTAN ni sobre Lemoiz, tiene nada que ver con supuestos tratos de compraventa ni suponen trueques de ninguna clase con el Gobierno central», afirma Xabier Arzalluz en rueda de prensa junto a Isasti, que se refiere a la opción nuclear como «medida técnica necesaria ante el paro y la crisis». Treinta años después, el PNV de Urkullu pacta los presupuestos con el «Gobierno central» con la que está cayendo, y de nuevo la palabra tótem, crisis, es el elemento purificante para los pecadillos del nacionalcapitalismo vasco.
Poco antes, el 26 de abril del 79, el entonces presidente de Iberduero marcaba la línea a seguir al afirmar que «Lemóniz es necesaria para Iberduero y el País Vasco». Tan necesaria como la banca y las multinacionales, que con la ayuda inestimable de los gobiernos han abolido de facto el liberalismo en nombre de un socialismo de las pérdidas, sólo de las suyas claro, que de los beneficios como los de Iberdrola y Endesa con Garoña no hemos visto ni rastro.
Si el PSOE y el PP son hoy con Garoña responsables directos de seguir con este juego macabro de la ruleta rusa nuclear, no podemos olvidar tampoco el papel desempeñado por partidos políticos que dado el clamor popular se han sumado a la petición de cierre de la central pero sin activar los mecanismos a su alcance para hacerlo efectivo. Reprobamos el doble juego de apostar por el cierre en las instituciones más cercanas a la ciudadanía mientras se olvidan de poner sobre la mesa el tema de Garoña cuando negocian los presupuestos. Podemos y debemos exigirles una actuación más clara y el empleo de sus resortes por encima de guiños electoralistas sin ningún recorrido.
Por eso este año convocamos la manifestación solos -con el inestimable apoyo de los sindicatos y agentes sociales y vecinales-, sin ataduras, con un mensaje claro, porque estamos convencidos de que la concienciación y la movilización popular firme, serena y decidida es determinante para saltar obstáculos, deshacer nudos y abrir nuevos escenarios.
El respeto a la voluntad popular mayoritaria, como en el caso de la exigencia del cierre inmediato de Garoña hay que ganárselo, también en la calle, hombro con hombro, porque cerrar Garoña hoy constituye un símbolo del agotamiento de un sistema depredador para con la naturaleza, inhumano e insolidario con los demás pueblos del planeta, además de una invitación a dejar de lado la resignación y el desánimo, y coger en nuestras manos las riendas de nuestro futuro, construir en nuestra tierra un modelo de desarrollo radicalmente diferente al servicio de las personas y no del capital.