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José Luis Orella Unzué Catedrático senior de Universidad

Vasconia, estado trinacional

El autor parte de la constatación histórica de que «los vascos, desde hace siglos, han pretendido encontrar fórmulas políticas con los poderes fácticos limítrofes». Tras desarrollar un repaso a la historia de Euskal Herria, y atendiendo a la era de cambios globales que vivimos, propone también para Euskal Herria una nueva personalidad política.

Hay muchos ejemplos en el ámbito europeo y globalizado de estados binacionales o plurinacionales, como Bélgica o Suiza. En éstos la diversidad racial, lingüística, cultural y política viene acordada en una única fórmula de soberanía estatal. La convivencia es muy difícil, pero viable. Siempre con equilibrios más inestables. Para llegar a esta fórmula son necesarios acuerdos multilaterales interiores y con las potencias limítrofes.

Los vascos desde hace siglos han pretendido encontrar fórmulas políticas de convivencia con los poderes fácticos limítrofes. En los albores de la historia conocemos que el pueblo romano les ofreció a los vascones (del saltus y del ager) y también a los várdulos el ser un pueblo amigo y colaborador firmando con ellos un pacto o foedus, que los constituía en pueblo federado, lo cual conllevaba un respeto de sus personas, sus instituciones y su lengua. Más aún, los vascones y los várdulos colaboraron formando parte del ejército romano en sus incursiones centroeuropeas y norteafricanas.

Tras una nueva etapa histórica con las invasiones bárbaras, los vascones (que ahora se extendían al territorio que antes más ocupaban otras tribus como caristios, autrigones, várdulos o berones) no se sujetaron ni a visigodos ni a aquitanos creando una zona de influencia propia denominada el Ducado de Vasconia, que tanto visigodos como aquitanos quisieron sujetar militarmente con la famosa y repetida frase «et domuit vascones».

Con la entrada de los árabes, los vascones de Iruñea, con ayuda de los berones de la Rioja, los «BanuQasi», lograron establecer una cierta autonomía hasta que ésta se convirtió en independencia en el 824 con los Aristas. Si bien esta independencia, lo mismo que la de los astures o de la Marca hispánica, no era total, porque estaban sujetos a una serie de obligaciones de tipo feudal ligio con el Imperio Carolingio.

Con el nacimiento de los estados cristianos del Medioevo, el Reino de Pamplona llegó a su máxima expansión al filo del año 1000 con Sancho el Mayor de Pamplona, que llegó a concentrar bajo su poder todas las tierras de etnia y cultura vasca. De su descendencia y en sus hijos nacieron los reinos de Aragón y de Castilla.

El fortalecimiento del reino de Castilla y los avatares bélicos llevaron a que Alfonso VIII arrebatara por las armas al Reino de Navarra, hacia 1200, el territorio de Gipuzkoa y controlara políticamente el Señorío de Bizkaia. En un paso más de despojamiento del territorio de los vascones, en 1332 se dio la voluntaria entrega por la que los cofrades de Arriaga le entregaron al rey de Castilla y le entronizaron en las tierras de la Cofradía que eran prácticamente toda Araba. El resto de estas soberanías arrebatadas al Reino de Navarra quedó vigente en los territorios de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, los cuales mantuvieron su propio régimen foral. Régimen que los reyes de Castilla debían jurar mantener y respetar repetidas veces durante su mandato.

Por fin, las tropas del duque de Alba en 1512, en razón de la excomunión pontificia de los reyes Albret, se apropiaron del Reino de Navarra al sur de los Pirineos, pero firmaron en las Cortes de Burgos de 1515 el primer amejoramiento por el que se reconocía a la Alta Navarra su título de reino y sus cortes. Carlos V y sus sucesores desde 1530 dejaron en manos de los reyes legítimos Albret el dominio de los territorios de la Baja Navarra y de los señoríos limítrofes, hasta que a comienzos de siglo XVII y por herencia estos territorios pasaron a engrosar la Corona de Francia.

La pérdida de la independencia política en cada uno de estos territorios desgajados del reino vascón de Nafarroa no hizo perder a los hablantes de la lengua vasca y a los pobladores bilingües y trilingües de este territorio la cohesión cultural y el deseo del autogobierno. Pero el Reino de Navarra, lo mismo que las Juntas de los otros territorios desgajados se cimentaron sociológicamente sobre unos grupos de pobladores favorables a la independencia del Reino de Navarra (los gamboinos y los agramonteses), mientras que otro grupo minoritario subsistió con tendencias proespañolas (oñacinos y beamonteses). Estos últimos organizaron la conquista de Navarra por las tropas del duque de Alba y están organizando desde entonces sistemáticamente la desestabilización del país. De esta manera el Reino de Navarra, desde 1200, en mayor o menor medida, intensidad y extensión ha sido un reino de Navarra tricultural, trilingüe y trinacional.

Las distintas matxinadas, las tres guerras carlistas y la firma del Concierto Económico primero con Nafarroa en 1841 y luego con las tres provincias vascas en 1878 demostraron la búsqueda de un «arreglo» constitucional entre el régimen foral sin merma de la unidad constitucional de la monarquía.

Esta fórmula de arreglo foral, asumida «legalmente» en la Cortes de Cádiz y como un golpe de estado ilegítimo desde 1812, se ha vuelto a repetir en la adicional primera de la Constitución de 1978. Sin embargo, los gobiernos madrileños no han tenido nunca el coraje suficiente de cumplir la promesa de la conjugación del régimen foral y estatutario con la unidad constitucional de la monarquía. Por lo que los referentes políticos por los que han recorrido los vascones (vascos y navarros) como el pactismo, el régimen foral o estatutario son fórmulas periclitadas y desgastadas. Por lo tanto hay que volver a los orígenes y éstos fueron la soberanía estatal.

Ahora al terminar el ciclo económico del capitalismo se ha visto con claridad que también ha periclitado el ciclo cultural y político. Se ve la necesidad de refundar una nueva economía y una nueva política. Los partidos mayoritarios del PSOE y del PP, epígonos de un régimen franquista, han exacerbado cada vez más la unicidad de España, han negado la adicional primera de la Constitución de 1978 y han negado, como siempre lo ha hecho el régimen francés, hasta la personalidad política de las siete «tierras» que conforman Euskal Herria.

La crisis nos indica que hay que fundar una nueva economía y unos nuevos partidos políticos. Como en otras etapas históricas hay que cambiar las fórmulas estructurales y coyunturales. Y a los vascones se nos han abierto los ojos y reclamamos el reconocimiento de nuestra personalidad política que en un futuro europeo no puede otro que el de un estado nacional.

Pero como sociológicamente siguen subsistiendo junto a una mayoría vascona (vascos y navarros) unos grupos sociales proespañoles y profranceses, habrá que llegar a un «arreglo», habrá que coordinar la convivencia en una fórmula que sea el fruto de mutuas cesiones. Los vascos y los navarros ya no pueden sobrevivir a remolque de unos partidos españoles y franceses que no les reconocen como interlocutor.

Pero como son vascos todos los que trabajan y viven en el territorio, a estos vascos-españoles y a estos vascos-franceses se les pide que manifiesten con precisión y en el terreno político qué entienden por ser vasco, que con tanto derecho incorporan a su ser español o francés. Los vascos (no españoles ni franceses) reclaman un estado nacional propio en Europa. ¿Qué fórmulas políticas de futuro en el ámbito europeo ofrecen los vasco-españoles a los vasco-franceses y a los vascos que no son sino vascos?

La historia nos enseña que ha existido durante siglos un estado soberano que se llamaba Navarra que fue tricultural y trilingüístico con grupos sociales de tendencia variada. ¿Estarían dispuestos los vasco-españoles y los vasco-franceses a un «arreglo» permanente pero de equilibrio conformando Vasconia como un estado trinacional?

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