Amenudo se ve a Barack Obama como la encarnación del sueño del líder de los derechos civiles Martin Luther King y con el ex presidente John F. Kennedy, por su carisma y la esperanza de cambio que suscita. «No seré un presidente perfecto, pero puedo prometerles que seré siempre honesto y les diré lo que pienso y dónde me sitúo», dijo a sus seguidores antes de ser elegido.

En un país en el que los negros tienen reconocidos sus derechos civiles sólo desde hace menos de medio siglo, Obama encarna, según los observadores, la cara de un EEUU renovado y en paz consigo mismo.

Cuando nació, el 4 de agosto de 1961 en Hawaii, de padre negro y madre blanca, los matrimonios interraciales estaban prohibidos en muchos estados del Sur de la Unión.

«¿Quién habría creído que un negro de 40 años, llamado Barack Obama, sería algún día el candidato del Partido Demócrata?», preguntó tras vencer en las primarias a Hillary Clinton.

Obama, famoso por su temple calmado, del que ha hecho gala una y otra vez durante la campaña, encarna el sueño de reconciliación en un país con profundas heridas raciales.

Su talante conciliador quedó de manifiesto durante la convención del Partido Demócrata en Boston, en 2004. «No hay un EEUU blanco y un EEUU negro, sino los Estados Unidos de América», haciendo un llamamiento a la unidad y a poner fin a las divisiones partidistas.

Su historia es, como él dice, «poco convencional». Nacido de un matrimonio mixto, pasó varios años de su infancia en Indonesia antes de volver a Hawaii. Pese a que sus abuelos lo criaron en un ambiente estable, Obama sufrió una fuerte crisis de identidad durante su adolescencia, que estuvo marcada no sólo por una destacada trayectoria escolar, sino también por años de rebeldía y escarceos con las drogas. A esos años le siguió una selecta formación universitaria en Columbia y Harvard, una etapa como profesor y defensor de los derechos civiles en Chicago, su elección como senador estatal y su desembarco como senador en Washington en 2004.

Ayudado por su carisma se ha granjeado una popularidad similar a la de una estrella y sus rivales políticos trataron de utilizar sin éxito ese poder para arrastrar a las masas para presentarlo como una simple «celebridad» con mucha facilidad de palabra y escasa preparación para los desafíos del poder.

El autorretrato que él mismo ha perfilado en campaña es distinta: la del paladín del cambio en un país que lo pide a gritos y defensor de una clase media venida a menos durante la impopular presidencia de Bush.

Los expertos mencionan con frecuencia que el secreto de su éxito obedece a un arma rudimentaria: el poder de la palabra.

Obama está casado con Michelle Robinson Obama y tienen dos hijas Malia y Sasha.