Certificado de hipocresía
No resulta sorprendente la filtración por «The New York Times» de la existencia de un documento secreto fechado en la primavera de 2004 cuyo contenido es la autorización a las Fuerzas de Operaciones Especiales y a la CIA a llevar a cabo operaciones y ataques en cualquier país en el que suponen opera Al Qaeda, al margen de la relación de amistad o enemistad de esos países con EEUU. No sorprende toda vez que de hecho esos ataques han llegado a producirse, pero la firma en el documento del entonces jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld y la conformidad del presidente George W Bush resultan una verdadera oda a la hipocresía.
Resulta indignante que quien se otorga a sí mismo la autoridad moral para desacreditar e incluso derrocar gobiernos lo haga en nombre de los valores democráticos, de los que se considera único guardián. E indigna que lo haga vulnerando flagrantemente los valores que dice defender. Lo que ahora se ha revelado era un secreto a voces, pero su existencia no deja lugar a posibles acusaciones de especulación, animadversión o prejuicios de quienes denuncian los abusos permitidos e instigados en nombre de una legalidad vulnerada constantemente. Dicha revelación, no obstante, también constata algo que el ciudadano de a pie podía percibir pero que en estos casos aparece en su dimensión real, y es inevitable una sensación de indefensión ante una maquinaria de poder para el cual cuestiones como derechos humanos o voluntad popular simplemente no existen.
Ahora se ha conocido la licencia al Ejército estadounidense y a la CIA para «operar» en numerosos países. Periódicamente se desclasifican documentos que sacan a la luz escándalos que un sistema verdaderamente democrático no debería pasar por alto, sin depurar responsabilidades y tomar medidas para evitar que se sigan produciendo; sin embargo, lo cierto es que a buen seguro existen otros muchos documentos testigos de casos parecidos o incluso de mayor gravedad. Otros muchos certificados de hipocresía y falta de escrúpulos.