Fallece Miriam Makeba
África, huérfana de madre
En los años setenta produjo su arte más genuinamente africano y registró canciones hasta en ocho idiomas distintos, utilizando la rítmica de diversos lugares del continente.
Pedro ELÍAS Crítico musical
La persecución política, en el contexto del absurdo y odioso régimen de «appartheid» que rigió la vida de Sudáfrica mientras el resto de naciones africanas iban accediendo a la independencia política a lo largo de los años sesenta y setenta del pasado siglo, obligó a Miriam Makeba a pasar más de treinta años de su vida en el exilio. Makeba no fue la única, pero sí una de las primeras voces sudafricanas en expatriarse para sobrevivir artísticamente.
Esa involuntaria pero ineludible decisión fue la que permitió que la cantante fuera la primera estrella global africana, una mujer que además de su extraordinaria voz, forjada en la rica escena de jazz de Sudáfrica, acompañaba ésta con una fuerza y dignidad personal que la convirtieron en un modelo a seguir para muchas cantantes africanas. Por eso le llamaban «Mamá Áfrika», por su capacidad para responder con un canto de esperanza y alegría que iluminaba aquellas décadas oscuras de frecuentes atrocidades.
Aunque Makeba se exiló en silencio en 1959, rumbo a EEUU, poco después pudo comprobar, como afirmaba el poeta Stephen Biko, martirizado hasta la muerte, que en Sudáfrica, todo el mundo, lo admitiera o no, estaba metido en política. Después de la masacre de Sharpeville, que se saldó con 69 muertos, entre ello algunos familiares de Makeba, ésta mostró su espanto y el Gobierno le negó un pasaporte con el que volver a su patria para despedir a su madre moribunda. En 1963, cuando Miriam Makeba dio un apasionado testimonio en la sede de Naciones Unidas, el gobierno de Sudáfrica la convirtió en apátrida al negarle la ciudadanía.
En Estados Unidos, bajo el mecenazgo de Harry Belafonte y con su compañero, el trompetista Hugh Masekela, Miriam Makeba evolucionó estilísticamente alejándose del trabajo con cuartetos de jazz y swing como Manhattan Brothers y The Skylarks. Un par de canciones de esta época, «The click song», que utilizaba un técnica vocal de respiración con característicos golpes guturales de enorme expresividad y, sobre todo, «Pata Pata», hicieron de Miriam Makeba una triunfadora global. La gente que supere los cincuenta años recordará esa canción que tanto sonó en las radios de aquí. Aún suelo llevar aquel single de vinilo al programa de radio cada dos o tres años, y, aunque Makeba volvió a grabar esa pieza más veces, la última con arreglos más cercanos al hip-hop, nunca superó aquella pureza e inocencia vocal de sus primeras grabaciones solistas.
Miriam Makeba también tuvo que huir de EEUU en 1968. Tras el asesinato, más que posiblemente orquestado por el FBI, de Martin Luther King, Makeba y su segundo marido, Stokely Carmichael, uno de los líderes del movimiento Pantera Negra, acosados por la administración y temerosos de su suerte, fueron acogidos en Guinea Conakry por el presidente Sekou Touré.
Fue precisamente en los años setenta, cuando Miriam Makeba grabó con un quinteto eléctrico guineano liderado por el guitarrista Sekou Diabaté, cuando produjo su arte más genuinamente africano. En la tierra de los trovadores mandinga, Makeba registró cantos hasta en ocho idiomas distintos, utilizando a la vez la rítmica de diversos lugares del continente. Hay una excelente recopilación de esos años, elaborada a partir de las pocas copias localizadas de aquellos discos sencillos africanos, editada hace unos años por el sello londinense Stern´s, que constituye una escucha obligada.
Miriam Makeba cantó en Nairobi en la ceremonia de independencia kenyata, en Luanda en la de Angola, en Adis Abebba cuando se fundó la Organización de la Unidad Africana y en Mozambique ante Samora Machel, pero no pudo volver a Sudáfrica hasta 1990 cuando Nelson Mandela, recién salido del presidio, se lo pidió. Años más tarde, el presidente Thabo Mbeki la nombró Embajadora de Buena Voluntad para el resto de África, aunque para todo el continente ya era «Mamá Áfrika», un título que no era producto de la mercadotecnia, sino una concesión del pueblo.
Si bien es cierto que la mayor parte de sus discos adolecían de rigor a la hora de escoger el material, con piezas que rozaban las baladas sensibleras, junto a obras de mayor calado, su presencia en directo siempre fue impresionante. La recordamos en Donostia en el Velódromo de Anoeta, el verano de 1989, cuando acompañó a Paul Simon en la segundo gira mundial de Graceland, apagando con su voz hasta el último rumor. Pero fue aún mejor cuando cantó en Bilbo en el Festival Tropical el 16 de julio de 2002 junto a la calle San Francisco de la capital vizcaina. En esa ocasión, su registro intimista sufría del ruido de un público poco respetuoso o interesado. Mostró su enojo y al final logró parar el murmullo con una pieza a capella en la que incluso llegó a prescindir de la amplificación.