Iñaki Barcena Hinojal Miembro de Ekologistak Martxan
¿Qué está en crisis?
La economía ortodoxa, la oficial, el capitalismo que ha llegado a todos los confines del planeta, no entiende, no puede entender que su ley de crecimiento y acumulación imparable está en crisis
Desde hace algún tiempo la palabra crisis esta en boca de todos. A la fuerte subida de los precios del petróleo y al aparente final de la vorágine inmobiliaria ha seguido la quiebra de las compañías de crédito hipotecario y la bancarrota financiera de grandes bancos a ambos lados del Atlántico. Los que durante varios años han sido grandes negocios han dejado de serlo y nadie parece saber cómo ha sido. Estamos en crisis.
Uno recurre al diccionario y lee que la crisis es una situación crucial o un punto de cambio, de inflexión, en una serie o cadencia de eventos. Un periodo inestable, de problemas o extremo peligro. Un cambio repentino en el curso de una enfermedad. Crisis es sinónimo de dificultad, de peligro y de riesgo. Es algo así como un trance, un apuro, un brete o aprieto del que hay que salir tan pronto como sea posible. Sin embargo, resulta curioso que entre los antónimos, esto es, entre los conceptos contrarios al de crisis, aparece la palabra expansión. Y entonces uno se da cuenta de que la crisis es de crecimiento económico, de consumo y producción. Que la enfermedad que aparentemente padecemos es el haber dejado de crecer, de expandirnos.
Por eso es relevante saber de qué crisis hablamos. Ya ni J. M. Aznar es capaz de negar la crisis ecológica, aunque es de los pocos en el mundo que se oponen a asumir la crisis climática y, en esta tesitura crítica, les dice a sus diez millones de votantes que «el ecologismo es el nuevo comunismo». Además de una seria amenaza para la vida en el planeta, hay una grave crisis ideológica. Los actuales dirigentes políticos occidentales, los gobernantes de los países industrializados y enriquecidos por la extracción masiva y el comercio injusto de materias primas y energía tienen problemas, serios problemas para asumir y pagar su creciente deuda ecológica con los empobrecidos del mundo.
Desde la crisis económica a la ecológica hay un corto y lógico recorrido. De la crisis del ladrillo y la especulación inmobiliaria a la crisis financiera, pasando por la crisis del petróleo y la feroz subida del precio de los alimentos que ha sumido a millones de personas más en la hambruna, llegamos a la crisis medioambiental. Economía y ecología, a pesar de ser hoy dos ciencias distintas, en origen se refieren a lo mismo, al cuidado de la casa, de la tierra que nos sustenta. Empero, la economía ortodoxa, la oficial, el capitalismo que ha llegado a todos los confines del planeta, no entiende, no puede entender que su ley de crecimiento y acumulación imparable está en crisis. Se está topando críticamente con límites físicos y biológicos que no puede obviar.
Además, tras la crisis financiera se barrunta una crisis relativa al gobierno. Todo el mundo parece escandalizado porque los gobiernos, el republicano de EEUU y laborista de Gran Bretaña, el liberal de Holanda y los socialistas de España y Portugal acuden raudos a salvar a los bancos en quiebra. Las reglas del juego capitalista, de la meritocracia basada en el esfuerzo personal y en el riesgo empresarial, en la búsqueda de beneficios basados en la especulativa ley de la oferta y la demanda, se desmorona cuando llega a ciertas alturas. Cuando afecta a poderosas familias y élites que nadie parece querer ni poder controlar políticamente. Y eso nos debería llevar a pensar que estamos política y socialmente enfermos, económica y ecológicamente equivocados. Que nada, ni la economía ni los recursos energéticos, puede crecer ilimitadamente en un mundo finito y saturado. Que los adelantos tecnológicos supondrán nuevos saltos adelante, pero no hay salida posible de los límites planetarios. Por eso, hasta que no haya acuerdo sobre este axioma bioeconómico, no hay salida de la crisis. Habrá huidas parciales hacia adelante y millones de perjudicados, pero no soluciones.
En los años 80, con la reconversión industrial, se gritaba «la crisis social que la pague el capital». Hace dos décadas, las arcas estatales fueron el recurso que tapó el agujero de nuestra crisis industrial y ahora se pretende también con el dinero público apagar el incendio de unos desaprensivos avaros que han tratado de quemar a millones de personas y ecosistemas por doquier.
Aprendamos la lección y aprovechemos la crisis para cambiar el rumbo de las cosas. Hoy en Washington se juntarán los gobernantes de los 20 países más potentes del mundo y en la calle está convocada una movilización internacional, al estilo de la del 15 de Febrero del 2003 contra la guerra en Irak. Es una cita importante en todas nuestra ciudades para decir alto y claro que la crisis han de pagarla los que la provocaron, los que se han enriquecido con la especulación. Sólo así se construirá ese otro mundo posible.