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Fede de los Ríos

El capador Rubalcaba y Bermejo el carcelero

El combate contra los efectos resulta estéril sin atajar las causas que los originaron, por más cárcel, collares y emasculaciones que se apliquen

Hay una categoría de penas que debería ser absolutamente abolida: me refiero a la marca de la infamia. El honor de un hombre, la estima que puedan tenerle sus conciudadanos, no caen bajo la autoridad del Estado» así manifestaba Wilhelm von Humboldt su rechazo a la doctrina judicial del absolutismo ilustrado.

Unos años antes, en 1755, el abate Morelly (Diderot dicen algunos), en su «Código de la Naturaleza o el verdadero espíritu de sus leyes» afirmaba que «concluida la pena estará prohibido a cualquier ciudadano hacer el más mínimo reproche a la persona que la ha cumplido o a sus parientes, informar de ella a las personas que la ignoran e incluso mostrar el más mínimo desprecio hacia los culpables, en su presencia o ausencia, bajo pena de sufrir el mismo castigo».

Pues bien, por mor de los pusilánimes del PSOE y de los franquistas del PP tan nostálgicos de los autos de fe de Torquemada y su Santa Inquisición, volvemos a la época premoderna: penas infamantes como la argolla y la marca, hasta las diversas penas corporales como las mutilaciones.

No contentos con la pena de cuarenta años de cárcel, prolongan la condena de por vida a otros veinte. Y al vitalicio reo se le añaden argollas electrónicas, privándole de libertad hasta el asilo de ancianos. Si el delito es contra los niños, además se le podrá capar. Eso sí, con su autorización ¡qué comprensivos los verdugos!

¿Para cuando una lobotomía del disidente? Se anula su cerebro y problema resuelto. Tampoco estaría mal la esterilización de una población tan conflictiva como la vasca. Con anestesia, por supuesto; indolora como mandan los derechos humanos.

El endurecimiento de un código penal, ya de por sí endurecido en exceso, muestra a las claras el Estado que nos gobierna, el grado de civilización del país en que vivimos. Las penas impuestas a los criminales de guerra en los juicios de Nüremberg, es decir, a los responsables de uno de los mayores genocidios cometidos en Europa, fueron más laxas. Aparte de algunos ajusticiados, los demás, la gran mayoría, no cumplieron efectivamente más de diez años de cárcel. Cadenas perpetuas incluidas. Y eso que sus crímenes aún nos horrorizan. Diez años de cárcel, el precio de un contenedor o cajero automático en cualquier población de las provincias irredentas del norte de Ejjjpaña, que diría Bono, el beato de la madre Maravillas y admirador del buen falangismo de su padre. ¿Se apuntará de capador de la grey de Rouco Varela, tan proclives como son a los efebos?

El combate contra los efectos resulta estéril sin atajar las causas que los originaron, por más cárcel, collares y emasculaciones que se apliquen. Lo que algunos llaman terrorismo, donde entra desde el uso de las armas hasta el insulto si el que lo emite es vasco y de izquierdas, tiene unas causas.

La violación de un menor, otras muy diferentes. Ni unas se solucionan con cárcel perpetua, ni otras con tijeras de podar, sean químicas o no.

Las dos son fruto de la represión. Las dos generalmente provocadas por tutelas extrañas al individuo como son el Estado y la religión.

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