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CRÓNICA Fiesta metálica

Intenso y emotivo primer concierto de la gira veinte aniversario de su ta gar

Barakaldo y bergara han sido los primeros testigos del nuevo repertorio de su ta gar con motivo de la celebración de sus veinte años de actividad.

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Pablo CABEZA

La tarde ha salido fría y húmeda, en realidad como los últimos quince días de climatología basura. Las luces, el neón, la oferta peliculera, los numerosos outlets de ropa y la amplia oferta de comida rápida rodean la sala Rockstar Live de Barakaldo, donde a las 21.00 de la noche debe salir a escena Su Ta Gar. Cabe, asimismo, imaginar que nada habrá impedido que el cuarteto actuara en la noche del sábado en la Jam de Bergara.

Con tan sólo diez minutos de retraso, pasadas las 21.00 horas, está en escena Su Ta Gar. Con «Begira», «Fagozitosia» y «Etsi gabe» comienza a tomar tono la noche y a propagarse la comunicación entre banda y público. Los «Suta» van sobrados de experiencia, pero los retos siempre conllevan que las neuronas se alteren sin razón. Se percibe algún que otro nervio desencajado, pero ningún obstáculo para que el heavy metal más lúcido y explosivo de Euskal Herria se vaya haciendo con la situación.

LLama la atención que la mayoría de asistentes sean jóvenes, muy jóvenes y que, por contra, los veteranos hayan decidido otra opción. La situación significa, quizá, que la banda de Eibar está llegando a una nueva generación que revisa y asimila con prontitud todo su repertorio, mientras que los veteranos han dejado el metal por propuestas más cómodas o relajadas.

Rock y sudor

Con soberbio ambiente, con Igor, Aitor, Xabi y Galder sudando como jamones colgados en verano, «Jaiotze basatia», «Basamortuetako zalduna» y «Jainko hilen uhartean», dan paso a «Jo ta Ke». No son precisas muchas descripciones, no obstante, la chavalería aún hierve a mayor presión. Surcan los puños, se desencajan las mandíbulas, el brillo pernocta en sus ojos y agitan su pasión hasta el mar de sus bilis. El calor azota como en una tarde de viento sur veraniego. El aire acondicionado de la sala responde con soltura, pero el sistema funciona tan bien (hecho extraño en una sala) que Aitor se ve obligado a solicitar que lo paren o allí la cascan. El sudor envuelve a los músicos, en especial a su guitarra solista, que chorrea como humano en la cumbre del Gorbeia a las 14.00 del mediodía. ¡A sudar!, se decide, que es parte de la liturgia rock y preferible a una pulmonía, aunque sea por el placer del veinte aniversario.

«Zorionak zuri»

El repertorio se va ajustando a los términos de la gira: revisión de las canciones como en el original, así que, los arreglos acústicos que no se incluían en las actuaciones, ahora se respetan y ahí están los evocadores y cadenciosos tonos de las guitarras limpias. En una de las intervenciones la electroacústica de Aitor comienza a sonar como un viejo vinilo repleto de incordiante pedorreta. Xabi aprovecha para regalar entre el acoso de las primeras filas las apetecidas púas. Si hubiesen llevado 2.000, dos millares que se habrían regalado. En realidad, el rock y el fetiche siempre han sido matrimonio. El problema no se soluciona, por lo que el concierto continúa sin la preciosa Godin de tonos rojos.

Difícil calcular en qué momento nos encontramos, no está la noche para excesivas anotaciones, sino para disfrutar de un concierto cercano, especial y representativo del nacimiento en bloque del rock vasco y su prolongación imparable hasta nuestros días. Va como algo más de hora y media de pegada, con Borxa golpeando su batería como si librara un ajuste de cuentas con ella, y con Igor más suelto y desenfadado que hace tan sólo unos meses. Está claro que le va quitando el miedo al compromiso adquirido y que ni siquiera la amplitud del repertorio le ha acojonado. De hecho, ataca con su bajo sin problemas algunas canciones donde los dedos tienen que lucirse. Xabi es el músico que recorre el escenario de esquina esquina, juega con las poses, los gestos, la sonrisa, la plástica..., muy seguro de sí mismo. En el centro, pendiente, en parte, del micrófono, un Aitor desgajando los trastes de arriba abajo y de izquierda a derecha. Un riff, otro riff, una escala... y la peña con la mirada atada al mástil ante el virtuosismo del músico. Suena «Mari», y más jolgorio. El millar de asistentes grita al unísono «Su Ta Gar» y, al poco, «Zorionak zuri».

Haika mutil

Tras un breve descanso, «Ekaitza eta barealdía» da comienzo al primer bis. Van cerca de las dos horas y todos siguen firmes en sus puestos y preparados para exprimir aún más la noche y el significado. Llega el segundo bis con tres canciones más. El Roland de Aitor abre «Haika mutil», popularizada por Mikel Laboa, el mismo teclado la cierra. Alguien grita: «¡Aitor máquina!». Sonríe, aplauden y fin a un pletórico concierto y a una fiesta tan intensa como cómplice.

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