Cinco años después, la rosa de la Revolución está marchita
Georgia conmemora hoy sin fasto alguno los cinco años de su «Revolución de la Rosa». Un experimento similar a los que han tenido lugar en países como Yugoslavia y Ucrania y que arroja un balance desolador.
Dabid LAZKANOITURBURU
En noviembre de 2003, un abogado curtido en EEUU y de nombre Mijail Saakachvili lideraba, tras unas elecciones legislativas que Occidente tachó de fraudulentas, el derrocamiento del entonces presidente, Eduard Sheverdnadze. No dudó para ello en dirigir a sus seguidores, una rosa en la mano, en el asalto del Parlamento.
Saakachvili, aclamado poco después como presidente, prometía una era de prosperidad a través de la entrada en la OTAN y en la UE y una política de dureza frente a Moscú.
«Aunque todavía hay quien piensa que los cinco años desde la Revolución han sido un éxito, la mayoría de los georgianos están decepcionados», señala Archil Gueguechidze, polítólogo de Tbilissi.
Saakachvili, «campeón demócrata», no dudó en lanzar hace un año a la Policía contra una manifestación pacífica de la oposición. Clausuró medios de comunicación y estableció el estado de excepción. En ese contexto revalidó a principios de este año su victoria en las presidenciales, pero de forma palmariamente fraudulenta.
«Había grandes esperanzas en Saakachvili, pero ha preferido comportarse como un faraón que como un líder democrático», reconoce sin ambages uno de sus antiguos partidarios, Tinatin Jidacheli.
La antigua presidenta del Parlamento y aliada de la «Revolución de la Rosa» enrolada ahora en la oposición, Nino Burdjanadze, coincide en que desde un punto de vista democrático la situación «es peor aún que antes de la revolución».
Por si ello fuera poco, la política internacional georgiana recibió un golpe fatal cuando su Ejército sufrió una humillante -aunque esperable- derrota a manos de las tropas rusas tras un intento de retomar el control de Osetia del Sur.
Rusia ha reconocido la independencia de este enclave y de Abjasia, lo que terminado de rematar los sueños de «recuperar la integridad territorial» que Saakachvili ha presentado estos años como promesa-bandera de enganche electoral.
Pese a que Tbilissi urgió una y otra vez el apoyo de la UE y de EEUU contra Rusia, Occidente no ha impulsado ninguna sanción duradera contra Moscú y la integración de Georgia en la OTAN está, nunca mejor dicho, en punto muerto.
Tras años de ir a rebufo de la influencia estadounidense en Georgia, y aprovechando la crisis de agosto, la UE cobró relevancia como mediadora entre ambas partes. Le ayudó sin duda el hecho de que la Administración saliente de Bush lleva los últimos meses «fuera de juego». No obstante, las discrepancias en el seno de la Unión a la hora de tratar al Oso ruso y la ambigüedad de la política de vecindad que Bruselas aplica a las antiguas repúblicas soviéticas limitan su posibilidad de convertirse en un actor crucial.
Como ha quedado en evidencia con el bloqueo de un acuerdo para facilitar el visado a los ciudadanos georgianos -algunos han aireado el fantasma de un flujo masivo de inmigrantes de aquel país-, la UE sigue instalada en la indefinición en la relación con estos países. De un lado, les exige políticas de homologación a sus estándares pero sigue sin responder a los que desde esos países piden el acercamiento a Occidente.
Mucho que ver tiene en ello la posición subordinada de la UE respecto a EEUU. Aliados en el seno de la OTAN, los «europeos» no pueden presentar sus políticas como autónomas a una Rusia que vigila con mimo su patio trasero.
Advertencia de Moscú
Los temores de Rusia respecto a la Georgia de Saakachvili se vieron confirmados un año después, en 2004, tras la «Revolución Naranja» en Ucrania.
Los analistas aseguran que la cuestión georgiana seguirá enconando las relaciones de Moscú y Occidente, actualmente las más frías desde la caída de la URSS en 1991.
Y Rusia insiste en aceptar el envite. Respecto a los incesantes cantos de sirena entre Georgia y la OTAN, el Kremlin ha advertido de que «ello podría tener consecuencias más serias que las de agosto». Más claro, agua.