ANDINISMO Actividades lejanas
Patagonia, nuevas aperturas a cerros no tan conocidos
La cordada Baró-Corominas abre ruta en la cara noreste del Cerro San Lorenzo: Nord Africana, 1.500 metros, ED. Mientras, Bulher y Solé firman nueva línea en la este del Cerro Castillo (700 m, VI, M5, 85º, ED-).
Andoni ARABAOLAZA
Como en el reportaje central de la pasada semana, en ésta también nos encontramos con actividades realizadas fuera del guión tradicional. En esta ocasión, nos acercamos a la Patagonia no tan conocida; o por lo menos, fuera de los límites de los archiconocidos macizos del Fitz Roy, Cerro Torre o Torres del Paine. La verdad sea dicha, en estos Andes australes la temporada, por ponerle algún comienzo, empieza ahora, pero hay quienes han querido aprovechar la primavera de esa zona para llevar a cabo sus actividades.
Los primeros en la línea de salida son los catalanes Oriol Baró y Jordi Corominas, una cordada ya habitual que, cuando salen a la aventura, nos suelen traer actividades realizadas con un estilo implacable y de alto nivel técnico y de compromiso. Como dice el propio Baró, son complementarios: «Jordi fue mi maestro. ¿Nuestro secreto? La motivación, la capacidad de lucha y una total confianza recíproca. Somos complementarios».
Los catalanes se presentan en el Cerro San Lorenzo, una montaña que se encuentra a 300 kilómetros de los transitados macizos del Cerro Torre y Fitz Roy. Pero, la verdad sea dicha, tal y como adelanta el joven alpinista, a priori no era su objetivo principal: «La idea de ir a la noreste del Cerro San Lorenzo fue mía. Leyendo un libro, El macizo de San Lorenzo (Fondazione Giovanni, Belluno, 2.005), vi la fotografía de esa vertiente y me quedé impresionado. En sí, Jordi y yo teníamos intención de marchar a una montaña del Tibet, pero, a última hora, las autoridades nos negaron el permiso. Cambiamos de objetivo, y contactamos con Rolando Garibotti para que nos informara sobre las características morfológicas de la zona, de «nuestra pared y de las diversas posibilidades».
Finalmente, los catalanes se marcharon hasta el San Lorenzo, según describía en 1.924 Luis Riso Patrón: «Es grandioso, con una cumbre permanentemente nevada, que domina sobre todos los demás cordones y macizos de los alrededores». Un cerro de 3.706 metros de altura, la segunda montaña más alta de los Andes de la Patagonia austral, por detrás del San Valentín de 4.058 metros. Se encuentra en un zona muy poco explorada, en el gran sur de Patagonia. La primera de la montaña consta de 1.943, firmada por un equipo liderado por el famoso salesiano y fotógrafo Alberto María de Agostini. Y hasta la fecha sólo contaba con dos itinerarios: la clásica citada y la que sube por el espolón sureste o vía Sud Africana.
32 horas de ataque
La cordada catalana aguantó hasta primeros de la primavera austral. El 30 de septiembre, en una jornada de 32 largas horas y en un magnífico estilo, Baró y Corominas se llevaban la primera ascensión con carácter, creando una línea por el centro de la pared de 1.500 metros: «La nueva vía transcurre por una línea de corredores de hielo en plena cara este. No es de dificultades extremas, pero sí expuesta a la caída de piedras y hielo. Los vientos del oeste tiran piedras de la roca sumamente descompuesta de las crestas somitales. Casi toda la ruta transcurre por el afilado espolón central que presentaba algunos tramos de mixto y roca (A0). En sí, la vía presenta grandes riesgos objetivos. En la parte inferior había bastante hielo, pero no en la superior. La mala roca y el viento transformaron la escalada en una guerra».
Como adelanta, casi toda la escalada fue en hielo, con algunos tramos verticales y mucho de grado 5. El punto más alto al que llegaron fue un hongo somital. Tenían la opción de seguir por la arista este, pero renunciaron ya que el tiempo estaba empeorando y no se querían aventurar por terreno desconocido.
Tocaba bajar: «La normal era una buena opción, pero es más larga. Con un cielo que no prometía nada bueno, descender por la normal hubiera sido una auténtica odisea». Sin más, se decantan por el recorrido conocido, es decir, la vía de la ascensión. Tras 40 rápeles, los dos catalanes estaban en la base del glaciar.
Fue una buena tanda de horas de intensa actividad. Salieron a medianoche, y llegaron al hongo somital hacia las tres de la tarde. Los 40 rápeles les exigieron 17 horas. En total, 32 horas sin vivac. A la nueva obra le han llamado Nord Africana: «En muchos sitios se dice que África empieza en los Pirineos, y Jordi y yo vivimos al este de la cordillera. En el San Lorenzo hay una vía, la de la arista este, que lleva el nombre de Sud Africana, abierta por alpinistas de ese país. Y, cómo no, a la nuestra, obviamente, le bautizamos como Nord Africana».
Como punto y final, Baró asegura que esta montaña, aparte de ser fantástica, su pared sureste resulta impresionante: «Se puede realizar cualquier cosa similar a la vía que abrimos Jordi y yo en el Siulá Chico».
Como el San Lorenzo, otro gran desconocido es el Cerro Castillo (2.675 m). Enclavado en Chile, fuera del imán de las Torres del Paine, se encuentra dentro de la Reserva Nacional del mismo nombre en la región de Aysen. Como su compañero argentino, este cerro también cuenta con pocas visitas. La primera al Cerro Castillo la firmó un grupo liderado por el británico Nick Groves en 1.976. Escalaron por la vertiente oeste. 800 metros de vía y dificultades de hasta 55º.
La última, en cambio, lleva el sello del estadounidense Carlos Buhler y el catalán Joan Solé. Entre el 7 y el 8 del pasado octubre realizan la primera absoluta de la pared este, forzando el evidente canal central y abriendo una expuesta línea. Según cuenta Solé, la presentación no fue nada halagüeña: «Llegamos al pie de la montaña, y el viento era muy violento, con ráfagas de hasta 120 km/h que levantaban gran cantidad de polvo y cenizas del volcán Hudson. Pero con un poco de paciencia, pronto se arregló la meteo y en dos días pudimos salir hacia nuestro objetivo».
El día 6 montan el campo base a 1.000 metros de altura. A la jornada siguiente, salen a las 4:30 con comida para cuatro días. Cruzan el glaciar de la cara sur, escalan la arista que separa el glaciar del de la cara este y bajan un corto rapel de 25 metros para después iniciar el flanqueo que les dejó en la rimaya del corredor central.
Era hora de encordarse: «La escalada técnica la empezamos hacia las 11:00. Progresamos por terreno mixto y con mucha atención por la caída de piedras y purgas de hielo y nieve. A las 18:00, llegamos al vivac. Cortamos una repisa en una cornisa de nieve. A las 6 de la mañaña del día 8 emprendemos la escalada. En el siguiente tramo nos encontramos un muro de hielo compacto seguido de resaltes de mixto que ralentizó nuestro progreso, ya que estábamos subiendo con mochilas de 20 kilos en la espalda. A las 13:00 salimos del couloir para continuar por un terreno más fácil que nos llevó al pie de la torre rocosa cimera. Terreno delicado y expuesto, de difícil protección (6a en roca), y ya llegamos a la cima una hora más tarde». El descenso lo realizaron por la cara oeste, y todavía cayó otro vivac, pero ya en el valle. Las dificultades de esta estética línea (primera a la cara este) de 700 metros fueron: VI, M5, 85º, ED-.
«La motivación, la capacidad de lucha y una total confianza recíproca. Somos complementarios», asegura Baró respecto a la clave de su actividad con Corominas.
«Transcurre por una línea de corredores de hielo en plena cara este. No es de dificultades extremas, pero sí expuesta a la caída de piedras y hielo. En sí, la vía presenta grandes riesgos objetivos».