Raimundo Fitero
¿Dónde está?
No se puede tener una muerte más penosa que la del empleado de Wal Mart que en un viernes de ofertas fue pisoteado por la marabunta que pretendía comprar barato y deprisa. Me imagino al pobre hombre abriendo las puertas del local y de inmediato apisonado por unas docenas de consumidores enloquecidos. ¿Nadie se dio cuenta? ¿Tanto ciega el impulso de comprar barato, de encontrar gangas? ¿Hay posibilidad de encausar a alguien por homicidio involuntario? ¿Se ha abierto una investigación? No puedo contestar, cierro los ojos, y me parece una muerte horrorosa, lo peor en cualquier pesadilla.
La vida sigue, la televisión también, y resulta que Txumari Alfaro tiene programa en La Sexta. Está como siempre, cercano, atractivo, seductor, con sus recetas sacadas de experiencias propias y ajenas y de libros antiguos, sus preparados para hacernos la existencia mejor. Se llama su oferta «Salud a la carta» y trata de dar consejos para comer de una manera más saludable. En la última entrega se dedicó a dar pistas para una mejor vida sexual, y en concreto para los que viven en esa dorada tercera edad que deben ser en estos momentos y de cara al futuro un porcentaje muy elevado de la población.
No voy a repetir sus consejos, ni sus peregrinas fórmulas, aunque parece claro que los ingredientes usados, siempre que se mezclen en la forma precisa y se beban o ingieran en el lugar adecuado, puede servir para poner en marcha el neurotransmisor «L dopa» que según Txumari es el que nos da el tono sexual apropiado. Bueno, pues me gustó la entrega por una razón principal, no fue nada machista. No eran fórmulas únicamente para las mujeres, sino también para los hombres que tienen bajones de apetito sexual de manera asombrosa y reiterada, y un consejo práctico, probablemente una obviedad. Miren se despidió diciendo. «El hombre se excita por la vista y la mujer por el oído», y dirigiéndose a la audiencia masculina nos dijo: «no enredes tocando ahí abajo, que el sexo de ella está aquí» y se señalaba la oreja. Esperemos que nadie lo tome al pie de la letra y se ponga a enredar en las trompas de Eustaquio como si fueran de Falopio. O al revés.