Perpleja me dejan
Pues sí. Estoy perpleja ante la cantidad de hombres que se han sentido agredidos por mi reflexión de la semana pasada en torno a que, ante la violencia de género, el silencio es cómplice. Hasta Bikin, fuera de toda sospecha de machismo, no lo ha comprendido. Y eso que intenté matizar al máximo el artículo en cuestión, precisamente para evitar sentimientos de culpabilidad a los hombres en general.
Es curiosa la repugnancia que sienten los hombres ante cualquier generalización respecto a ellos mismos. «Yo no soy un género, sino una persona», contestan ante cualquier manifestación de sorpresa por su falta de implicación en la lucha contra la violencia hacia las mujeres. Sin embargo, no existe el mismo rechazo a la hora de generalizar sobre las mujeres, ni por parte de ellos ni de las propias mujeres, mucho más dispuestas a analizar el problema como colectivo que como consecuencia de actitudes individuales. La diferencia de planteamiento es tan curiosa que cuando se habla del asesinato de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, muchos hombres se preguntan: ¿qué les pasa a las mujeres?, cuando la pregunta lógica es: ¿qué les pasa a los hombres?
Porque lo raro es que todavía sean tan pocos los que se han agrupado para trabajar este tema. Lo normal -ante la gravedad del problema- sería que muchos hombres estuvieran dispuestos a dedicar su tiempo y su esfuerzo para mostrar rechazo a los agresores. Que miles de padres se sintieran preocupados por la formación sexista -actitudes prepotentes hacia las mujeres- que transmiten a sus hijos o que reciben sus hijos en la escuela, en su entorno, a través de los medios de comunicación, de los juegos violentos... Lo asombroso es que la mayoría de los hombres piense que el problema de las agresiones machistas no tiene nada que ver con ellos -ya que ellos no son agresores-, mientras que la mayoría de las mujeres creemos que tiene que ver con nosotras, aunque no hayamos sido agredidas personalmente.
Volviendo a la complicidad del silencio, dice Robert Connell -sociólogo australiano- que «la mayoría de los hombres somos cómplices del proyecto dominante de masculinidad aunque no logremos practicarlo totalmente, ya que a fin de cuentas todos los hombres nos `beneficiamos' del machismo de otros hombres». Pone como ejemplo de ello que «cada vez que un hombre maltrata a una mujer, se reafirma el mensaje de que los hombres tenemos poder sobre las mujeres. Así, muchos otros hombres individuales no necesitamos golpear a las mujeres porque basta con que unos lo hagan para que todas las mujeres `agarren la seña': Los hombres tienen el permiso cultural de maltratar a las mujeres si sienten amenazado su poder». De ahí su teoría de la complicidad: «Al ser cómplices no nos ponemos en la línea frontal del machismo. Otros hacen el trabajo sucio; otros son los malos de la película aunque todos saquemos ventaja».
Conclusión: Chicos, ¡no os enfadéis conmigo! Más bien pensad en qué podéis hacer cada día para contribuir a erradicar la violencia de género.