El mungiarra Iñaki Goirizelaia será rector en la UPV-EHU durante los próximos cuatro años, tras conseguir el 52,25% de los votos en una jornada electoral en la que la abstención fue una vez más protagonista en la convocatoria. La victoria de Goirizelaia, aunque ajustada, frena en seco el proyecto de involución que representaba la opción de Marisol Esteban y, en principio, supone un alivio para quienes han apostado y apuestan por el avance del euskara en esta universidad. No obstante, el nuevo rector no sale de estas elecciones con un cheque en blanco en el bolsillo. Los estrechos márgenes que arroja el análisis del escrutinio lo colocan ante una obligada y urgente reflexión sobre el delicado equilibrio que define en la actualidad a la comunidad universitaria. Una reflexión en la que deberá tener muy en cuenta que ha sumado una buena parte de sus apoyos -los recibidos de profesores cercanos a la izquierda abertzale que pidieron públicamente el voto para Goirizelaia para evitar el triunfo de Esteban- de una forma condicionada y que su gestión deberá hacer frente a importantes retos que lleven a la UPV-EHU a convertirse verdaderamente en una universidad pública vasca y democrática.

Y, precisamente, el análisis de la jornada electoral celebrada ayer -independientemente de sus resultados- debe ser un punto de partida fundamental en ese camino. Convertir a la universidad en una institución moderna, progresista y participativa se antoja una labor imposible si el voto de un catedrático equivale al de sesenta estudiantes y si los mecanismos a través de los cuales la UPV se dota de sus órganos de gobierno y administración fomentan la creación de poderosos grupos de presión en base a intereses de lo más variopinto, entre los que el factor económico parece tener un peso específico mucho mayor que el académico. Ayer, un porcentaje muy pequeño de los estudiantes acudieron a introducir su voto en las urnas. Quizá porque muchos pensaron que depositarlo directamente en una papelera habría tenido exactamente el mismo valor.