Lili bi
Ines INTXAUSTI
Crítica de televisión
Voy a procurar escribir todo este artículo sin mencionar al gran hombre que nos ha abandonado la semana pasada. Sobre todo porque nuestro pueblo está lleno de ellos. De grandes hombres discretos que nos dejan más solos cada día desde su silencio contenido en la vida y la bulliciosa capacidad para la creación. Supongo que en Durango habrá algo más que bullicio. Cantidades ingentes de árboles se han talado para que sostengamos sus finas vetas en nuestras manos en forma de libros libres. Gente de todos los lugares tiene que pasar por Durango uno de estos días, como quién religiosamente va a la Meca mientras evita ser juzgado por sus vecinos. Por eso, yo estoy en Lekeitio. Incomunicada. Como él. No hay nadie leyendo en este pueblo. Y no se prevé que nadie lo haga en las próximas horas. Así que tiempo variable. Como decía el corresponsal de TVE en Bonn: «Aquí, ni frío ni calor: 0º». Son las 12 de mañana. Es fiesta y estoy escribiendo estas líneas desde un locutorio en el que dos pakistaníes me han hablado en perfecto inglés. Ellos son los dueños de esta red y nosotros, sus clientes. Un chico de Gernika, a mi lado, utiliza el teléfono para jurar a su madre que va a pasar la aspiradora, mientras yo aporreo un ordenador y los dos pakis nos miran sonrientes desde la extrañeza de tenernos en sus manos. Yo me siento un poco india en este lugar en el que son ellos quienes parecen los ingleses sin cipayos intermediarios. Tiene relojes con el horario internacional para otro tipo de usuarios. Rumanía, Pakistán, Marruecos y Bolivia tienen los relojes más grandes y horarios más distantes. Yo ocupo un metro cuadrado de espacio, pues es el lugar más exiguo en el que he escrito nunca. La verdad es que parece un buen negocio. No voy a investigar acerca el asunto, porque tampoco tengo ya espacio en esta columna. Pero mi curiosidad ilimitada no va a evitar que vuelva aquí un día de estos. Les contaré, por supuesto. (Acaban de entrar una china y dos rumano-italianos... me quedo un poco más)