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José María Pérez Bustero Escritor

De la virginidad a la sala de partos

Con ironía y metáforas, Pérez Bustero propone una visión pragmática, eficaz y coherente de lucha política para lograr los objetivos de la izquierda abertzale. Asimismo, defiende la necesidad de trabajar con y para las personas de carne y hueso que viven hoy en Euskal Herria. Por ellos reivindica «A más individuo, más país; a menos atención a las personas concretas, menos verdad». Todo ello formulado con respeto y sin renunciar a ninguno de sus objetivos fundacionales.

En la izquierda abertzale disponemos de un enorme caudal de energía, honestidad y experiencia política. Nos someten a los tres grandes procesos de represión que tiene el Estado: descabezarnos de portavoces, expropiarnos medios y echarnos de las instituciones, y mantenemos claro el objetivo -independencia e integración territorial- y el recurso esencial -autodeterminación-. Nos difaman describiéndonos como terroristas, fóbicos o desechados por la sociedad, y conservamos una autoestima incluso altiva, reafirmándonos en la gran cualidad de no estar infectados por el sistema.

Tenemos, sin embargo, una gran tarea sin ejecutar. La necesidad de parir y/o ayudar a parir. De construir. ¿Por qué no llevamos a cabo esa tarea? Recurriendo a una palabra muy cotizada en otros tiempos, diríamos que nos tropezamos con nuestra virginidad. Este concepto, en su sentido general, indica un estado en que un proceso se mantiene como en su origen, sin haber sufrido alteración alguna, en fase de integridad. ¡Integridad abertzale! Pocos la tienen. Nos pasan por la mente otros movimientos y siglas que sufren, precisamente, una especie de fobia contra sí mismos. Odian su mandato original de independencia, o/y de socialismo. Nosotros, por el contrario, no sentimos fobia contra nuestra génesis sino un profundo apego, como elemento que nos constituye.

Introduzco en este lenguaje dramático un poquito de ironía. Con la virginidad, es decir, con la integridad y el estado de alerta política nos acostamos cada noche. Hemos pasado el día denunciando a otros y frenando sus proyectos. En las instituciones, en la enseñanza, en el sistema empresarial, en el sector financiero. Incluso hemos desistido de alianzas, amistades y hasta de contactos para no dejarnos seducir ni regresar luego con el síndrome de Estocolmo. Apoyamos la cabeza en la almohada. «¡Seguimos siendo vírgenes!» nos decimos. Sólo aceptaremos lo que figure como una Euskal Herria con su socialismo y su independencia. Pero, ¿qué sucede? Que cuando nos despertamos seguimos sin parir o hacer parir, y que la construcción del país no tiene nuevos ladrillos.

En realidad, el tremendo riesgo de no parir para seguir siendo íntegros o viceversa, es nuestra terrible ambivalencia, nuestro arre y so. No es de hoy. Si repasamos la historia de las diferentes organizaciones cuyo objetivo es la constitución de un estado nacional vasco, encontraremos numerosos momentos en que se tomó la decisión de dar un paso adelante, es decir, un impulso a construir pero, al poco tiempo, se regresó al refugio moral, atenazados por el miedo a perder la identidad o el rumbo. Tampoco hay que extrañarse. Esa doble pulsión, sístole diástole, es sintomática de todo movimiento de rebelión.

Aún así, experimentarla no funciona por sí misma como mordaza. Se convierte en bozal cuando se actúa con la obsesión de que la integridad es la medida única y determinante. Cuando se levanta alguien y dice: «se acabó la discusión, cerrad las puertas, el infierno está fuera de nosotros». También se convierte en auto freno cuando imaginamos que Euskal Herria es un futuro punto de llegada, y no una realidad vigente y único punto de partida. Podemos cantar y parafrasear a ese país ideal con la mayor altanería moral. Pero, ¡ojo!, todavía no lo hemos construido. No hemos entrado aún en la sala de partos. Somos más vírgenes que eficaces.

La tarea de construir, que llamo de parir, necesita, por ello, un profundo raspado del concepto de virginidad política. La fidelidad a los objetivos políticos, precisamente esa identidad, exige salir de nosotros mismos, o sea, contactar, buscar posibles amigos sin exigirles que se limpien perfectamente las manos antes de chocárselas, descubrir y valorar coincidencias.

¿Por qué ir a otros que son flojos, ambiguos, atados al poder económico? Porque nosotros somos insuficientes. Evidentemente, construir es una tarea larga, y llena de momentos contradictorios. Implica escapar del refugio y acercarse a las tareas de carne y hueso. Poner ladrillos sin esperar la maquinaria de la independencia. Meter las manos en las instituciones, en los sectores económicos, en el barrio. En la detestada, acaso, e imprescindible vecindad. En la masa del pueblo vasco, que no es, dicho sea de paso, ningún pueblo elegido por Dios. Mucha interesantísima etnología, un porcentaje alto de Rh negativo supuestamente diferenciador, lengua anterior a las indoeuropeas, mucho caudillo vasco y batallas de Roncesvalles, pero también mucho Diego López de Haro aliado de Alfonso VIII, mucho oñazino y beamontés partidarios de la monarquía castellana, mucho vendedor de barcos para atacar a los moros, mucho conquistador y matador de indígenas, y mucho amor al dinero, al negocio, a la banca y demás formas de poder. Esa es la materia prima a utilizar.

Ya que he citado el concepto de pueblo elegido, cabe recordar que la tardanza y dificultad de lograr la liberación de nuestro país nos hace caer a veces en el síndrome del pueblo israelita. Terminamos paralizados, profetizando y suspirando por la llegada de un mesías. Por el advenimiento de una feliz negociación. De un pacto irreversible. De una tierra prometida. Y no hay tal. La única tierra prometida es la actual con la sociedad actual, con las fobias actuales, con el proceso histórico malherido de cada zona. ¿Mesías? No hay ningún salvador. Nosotros somos el único mesías. Un mesías insuficiente hasta que no busque y se junte con otros que compartan elementos afines de construcción vasca. No existen recursos y pactos perfectos. Sigue siendo máxima verdad que los objetivos de independencia y unidad territorial son el motor sin el que no habrá País Vasco porque se disolverá más pronto que tarde en el sistema actual. Pero el presente que tenemos a mano es la única zona de siembra del futuro. Nuestro taller no es la cartuja ni el castillo sino la sala de partos.

Y, como no hay otra vida que conste bajo notario, estamos obligados a hacer que el individuo que vive actualmente sea nuestro objetivo político de hoy. Marginados, olvidados, pequeño comercio, trabajadores en precario, sordos, minusválidos, homosexuales, mujeres malqueridas, viejos con la mente desvencijada no pueden esperar a ese pueblo perfecto. A más individuo, más país. A menos atención a las personas concretas, menos verdad. Por ello, y como no trabajamos para otra vida, estamos igualmente obligados, so pena de ser unos desalmados, a liberar a esas 750 personas desaparecidas en 80 prisiones, y traer a casa a miles de exiliados. No a aplaudirles, sino a traerlos. Que no les llegue demasiado tarde la Euskal Herria estructurada en estado. No nos engañemos con sus sonrisas forzadas, sus falsos «aquí, bien ¿y vosotros?». ¿Nosotros? vírgenes y pariendo.

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