Sólo hay un ingrediente que ni equipos ni aficiones pueden añadir a un partido, la polémica arbitral. Hernández Hernández recogió ayer el guante y decidió aportar su granito de arena pitando un penalti inexistente, que acabó sentenciando un derbi intenso en lo deportivo y gélido en lo meteorológico.

Quizá no cabría hablar de injusticia por el resultado final. El Eibar fue, en líneas generales, mejor, dominó la mayor parte del encuentro y creó más y mejores ocasiones. Pero el Alavés también tuvo sus opciones y, amén de frenar los impulsos, sobre todo en el primer tiempo, locales, supo también venirse arriba cuando la tarde se le torció. Ése fue, probablemente, el mayor debe de la actuación albiazul, su escasa ambición mientras el marcador se mantuvo equilibrado.

Hasta el gol, y sobre todo hasta el descanso, la iniciativa fue claramente armera. Tal y como estaba previsto, Carlos Pouso recuperó el once que se había impuesto al Murcia y, ante un Alavés que tampoco ofreció sorpresas, con la augurada entrada de Astudillo por Moreno, se adueñó del partido. No llegó a encandilar a sus aficionados -que, pese a los esfuerzos de su equipo y su lógica superioridad numérica, se vieron superados en animosidad por los dos centenares de seguidores gasteiztarras que acudieron a Ipurua-, que incluso se llevaron algún susto en las escasas ocasiones en las que los de Salmerón consiguieron conducir el balón con sentido a las inmediaciones de Zigor. Pero el partido tenía color azulgrana y las escasas ocasiones también.

Las más claras llegaron con un peligroso centro-chut de Codina que no encontró rematador, un disparo cruzado de Tokero que se marchó lamiendo el palo y un balón largo de Raúl García que Biel Medina cabeceó por encima del larguero. La respuesta visitante se limitó a un envío ligeramente desviado de Emilio Sánchez y los apuros en que metió Javi Guerra a Zigor cuando el guardameta intentó despejar desde fuera de los dominios de su área.

El regalo

El encuentro pareció equilibrarse ligeramente tras el descanso. El Eibar empezaba a acusar desgaste y necesidad; el Alavés, menos presionado, se sentía más cómodo y el campo, cada vez más pesado por la lluvia constante, tampoco daba para demasiadas alegrías.

Lo intentaron, incluso así, los locales que, un minuto después de que Yagüe rozase el gol con un cabezazo a la media vuelta, se encontraban con la jugada decisiva de la tarde. Ya había solicitado Carlos Pouso la víspera que, con eso de que se trataba del último encuentro del año en Ipurua, Olentzero pudiese adelantar su visita y dejar algún regalito para su equipo. Hernández Hernández no se colocó ni la txapela ni las albarcas, pero sí se acordó de los calcetines azulgranas. A los trece minutos de la reanudación y en una jugada en la que, de haber existido algo punible, habría sido la mano de Biel Medina, se inventó un penalti para los locales. Y Albert Yagüe se lo agradeció, anotando el gol del triunfo.

Al Alavés, lógicamente, le entraron las prisas. Salmerón movió ficha de inmediato y dio entrada a Moreno. A la aportación del andaluz y el carácter ambicioso que recuperaron sus compañeros tras un primer tiempo muy modosito, se unieron el paso atrás de un Eibar al que le tocó sufrir. Tampoco es que las ocasiones abundaran en el área armera, pero ya se sabe que la insistencia suele dar sus frutos. Y bien que lo conocen los guipuzcoanos, a los que esta campaña les han levantado ya tres ventajas, por lo que su míster -que a diez minutos del final daba entrada a Añibarro en un intento de cerrar definitivamente el choque- no dejó de pedir calma. Insistencia, desde luego, le sobró a un Alavés que también se hizo con el balón y la iniciativa, mientras su rival se resignaba a sentenciar a la contra.

Ni una táctica ni la otra ofrecieron demasiado resultado, aunque los albiazules rozaron el empate con un cabezazo de Pedraza, una semichilena de Javi Guerra y un balón que Zigor atrapó en el área pequeña cuando Toni Moral y Emilio Sánchez se abalanzaban como lobos.

Muy cerca

Así que el Eibar tuvo que esperar hasta el pitido final para celebrar un triunfo que le permite, una semana después de caer allí, abandonar los puestos de descenso y le sitúa muy cerca, a apenas un punto, del propio Alavés. La próxima semana tiene, además, una buena oportunidad para aprobar su gran asignatura pendiente, ya que visita al farolillo rojo.

La presión se la pasa, en cierta medida, a un Alavés que, de haber podido concluir la jornada codeándose con los mejores, vuelve a ver el descenso a sólo cuatro puntos y con la visita del peligroso Tenerife a Mendizorrotza por delante.