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CRíTICA ópera

Entretenido juguete cómico

OTXANDIO

Mucho jolgorio es lo que muestra un ramillete de jóvenes cantantes remedando a varios viajeros de distintas nacionalidades, que han coincidido en el balneario «Al Giglio d’Oro» (alusivo a la flor de lis, símbolo real de los Borbón) para asistir a la coronación del rey. G. Rossini adoba, tal cual futuro gourmet, esta ópera menor, “El viaje a Reims”, de entre sus cuarenta óperas creadas, con un toque gracioso de inicio a fin y aprovechando el caudal vocal, que presentan un ramillete de jóvenes voces, destilando en sus gargantas humor y sensibilidad a raudales. Así se presentaron en el Teatro Arriaga los cantantes que divirtieron a un público dispuesto a la chanza y endosaron una rica sarta de pequeñas arias con gusto y buen timbre.

Rocio Ignacio luce su dominio vocal en medio del conocimiento de un fortuito accidente, pero recobra su sombrero «último grito» para lucirse. Intentos de amorosos líos entre ellos recubren sus encuentros, que jalonan su estancia fugaz en el balneario. Reconocida la imposibilidad de seguir el viajes, surge nuevo jolgorio festivo, que arraciman al conjunto .

Gran despliegue vocal de arias destilando coloraturas varias, dúos, tríos, conjuntos corales hermosos emanan de un ágil Rossini. Si encandilan las voces, no es menor el talante de la orquesta BIOS, ya madura, que ha gozado con un maestro, Alberto Zedda, gran pedagogo y conocedor de Rossini y su tratamiento musical, del que el público bilbaíno goza como un privilegio.
Igual podemos ensalzar la puesta en escena de Emilio Sagi, desenvuelta y ágil, además de proclive a la elegancia.

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