Jon Odriozola Periodista
Cuento de Navidad
El puro se me apagó y busqué algo transcendental: cerillas (encender un tabaco con mechero es algo plebeyo). Me adormilé viendo cómo el Dr. Gurrea pontificaba recordando sus viejos tiempos de (supuesto) comunista arengando a las masas para hacer utópicas revoluciones
El matrimonio canónico compuesto por don Félix y doña Natividad me mandan una postal navideña donde, sin duda, con la aviesa intención de atragantarme el turrón, escriben estas polpotianas letras, vean: «Llamaré trabajadores a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción. Los propietarios de éstos están en posición de comprar la fuerza de trabajo del obrero. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el esclavo moderno, digo el trabajador `libre' (lapsus felixnatividesco) y lo que le es pagado».
Yo ya peino canas y pasé el sarampión. Oigo Mozart. El lenguaje desprendía añejos hedores incómodos e impropios de estas fechas en que lo que cumple es, admitamos, hablar de ricos y pobres y no de explotadores y explotados. Más soft y menos hard. Lo primero es más cristiano dizque humanismo navideño; lo segundo amarga las uvas porque, en esta sociedad,todos somos «señores» trabajadores.
Vacié la botella de Benedictine, suspiré, quité la vitola del cigarro puro, aspiré y, expulsando el humo del veguero (es evidente que soy un escritor los viernes, digo en ciernes), seguí leyendo este palimpsesto freudomarxista: «El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados e influidos por los capitalistas privados...». Los puntos suspensivos son míos, de mi propiedad privada. Me los gané con mi sudor (los puntos suspensivos, digo). Interrumpí la lectura. Y lo hice -interrumpir la lectura- ejerciendo el derecho de autodeterminación que me otorga la individualidad de mi señera (y señora) soberanía personal (pero transferible si alguien me paga más). No llegué adonde estoy para que me agobien. Yo defiendo el derecho a la vida (padre y muy señor mío) y los izquierdos, digo, epa, derechos humanos, infrahumanos y sobrehumanos.
Dí la bomba (la del váter, señor juez, no me joda) y leí esta soflama: «La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un `ejército de parados'. El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo».
El texto seguía, pero puse a Sting. El puro se me apagó y busqué algo transcendental: cerillas (encender un tabaco con mechero es algo plebeyo). Me adormilé viendo cómo el Dr. Gurrea pontificaba recordando sus viejos tiempos de (supuesto) comunista arengando a las masas para hacer utópicas revoluciones. Mi mayordomo, a la hora de cenar, me dijo que las líneas entrecomilladas eran de A. Einstein, un peligroso «rojo» al que J. Edgard Hoover se la tenía jurada. Urte berri on!