Es la comedia de las Navidades de este año, gracias a su capacidad satírica para describir lo engorrosas que pueden llegar a ser las reuniones familiares durante estas fechas. Las parejas sin hijos y con un poder adquisitivo son dadas a evitar esos compromisos, aprovechando las fiestas para irse de vacaciones a sitios soleados, viviendo una especie de veraneo escapista en pleno invierno. Pero suele ocurrir que este periodo vacacional se hace corto, tanto, que en los aeropuertos se producen aglomeraciones y retrasos que, unidos al mal tiempo, terminan por complicar la ansiada escapada. Puestos en semejante tesitura, al chico y a la chica de «Como en casa en ningún sitio» les tocará visitar a las respectivas familias, hasta un total de cuatro, de sus padres divorciados, con tal de no hacer de menos a nadie y contentar a todos.

La película tiene un esquema tan sencillo como efectivo, al estar dividida en cuatro actos, localizados en las respectivas casas de cada uno de los progenitores de la pareja protagónica. Las dos primeras visitas, las correspondientes a las arrolladoras interpretaciones de Robert Duvall y Mary Steenburgen, ocupan la mitad de la película y someten al espectador a un bombardeo cómico de incesante inspiración. Luego, ya con los siguientes cuadros familiares presididos por Sissy Spacek y Jon Voight, la cosa se va calmando, porque hubiera sido imposible mantener hasta el final el alocado ritmo inicial. También coincide que el tramo postrero es el de la reconciliación entre los personajes de Reese Witherspoon y Vince Vaughn, que están más creíbles en los momentos previos en que se llevan mal, con la representación del Belén viviente como la situación más delirante, junto a la de la colocación de la antena en el tejado o la del trauma infantil en el terrorífico castillo hinchable. Ahí funciona el rechazo que existe entre ambos de forma hilarante, habida cuenta de las marcadas diferencias físicas y de personalidad que existen entre la actriz y el actor.