Raimundo Fitero
Decodificadores transgénicos
El programador, su jefe, el responsable de la cadena, el director general y el Consejo de Ministros en pleno debería dimitir por el simple hecho de endilgar de nuevo a la audiencia «Lo que el viento se llevó» utilizando cinco horas de una televisión pública. Probablemente sea un mal menor, pero deberemos empezar a ir colocando límites a la laxitud programática de las cadenas públicas o esto acabará siendo un concurso de desfachateces y no de méritos.
La tecnología puede avanzar todo lo que se quiera pero si el responsable de dotar de contenido a los canales se pierde en lo fácil, lo barato o lo alienante, la revolución va a tener que ser a golpe de desconexión y no de mando a distancia. Ellos, los que programan, los que sostienen las parrillas y los que emiten juegan con una ventaja que debería ser estudiada más a fondo: según el Informe Anual de la Profesión Periodística, de la Asociación de la Prensa de Madrid, el ochenta y tres por ciento de los ciudadanos encuestados, 1029 hogares, aseguran que la televisión es su único medio de información y además le dan más credibilidad que a la radio y a la prensa escrita.
Podemos considerar que esas familias madrileñas están poseídas por algún virus que les lleva a votar a quien votan mayoritariamente, a estar infectados por su Tele Espe, pero supongamos que se trata de una aproximación fiable del ambiente que nos rodea con todas sus matizaciones. Solicitemos urgentemente la inclusión de los decodificadores transgénicos dentro de la Seguridad Social.
Que se pueda diagnosticar una enfermedad de falta percepción de la realidad y se cure con unos decodificadores en pastillas o en implantes para que todo el mundo se entere de que lo que nos ponen en la televisión siempre es una parte interesada de la realidad y que las medias verdades hacen mentiras inmensas. Es justamente esa credulidad injustificada en el medio la que paraliza a la sociedad, la que beneficia a los poderes en todos sus disfraces y la que ha convertido el bello arte de informar, no ya con objetividad, sino al menos con honestidad, en un residuo anacrónico en los noticiarios televisivos.