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Antxon Mendizabal economista

La crisis, apuntes para el debate

Un total de 800.000 millones de dólares vehiculiza el Estado en Estados Unidos para refinanciar su sistema monetario y salvar la gran banca y grandes entidades financieras de la crisis. Incluye también en ese montante el programa de rescate a su industria automotriz. Los analistas consideran también que esta es la mayor crisis financiera de los Estados Unidos de América. Los planteamientos no son muy diferentes en el caso europeo, donde se discute vehiculizar cerca de dos billones de euros con el mismo objetivo de salvar su sistema financiero.

Es evidente que las grandes cantidades financieras removidas para estos menesteres entran en contradicción con la sistemática «imposibilidad» de encontrar fondos cuando éstos han sido solicitados para satisfacer grandes necesidades sociales y humanas. Así, hace menos de una década Naciones Unidas fracasaba en su intento de recoger los 70.000 millones de dólares con los que se comprometía a salvar la gran hambruna que afecta a cerca de 1.000 millones de personas en nuestro planeta.

Sin embargo, el resultado final de las medidas ya tomadas o en proceso de aplicación depende de la veracidad del diagnóstico realizado; y ello merita una reflexión adicional sobre este aspecto.

El primer paso de la reflexión consiste en reconsiderar los factores que inciden en esta crisis. Citaré cinco que a mi juicio son indispensables. El primero es la financiarización. La fisura del sistema comienza por la financiarización y los créditos hipotecarios «subprime de alto riesgo» han materializado el vehículo de esta fisura. Todos los analistas coinciden en ello, pero es necesario ir más lejos. En efecto, es conocido que la burbuja financiera reflejaba y refleja una realidad estructural marcada por la autonomía del capital financiero respecto a la economía real. Los datos mostraban además que la especulación, que no crea valor, dominaba el sistema y que menos del 5% de las transacciones de capital cubría los cambios de bienes y servicios de la economía real. Ello converge con una modalidad de crecimiento, en lo que se ha venido en denominar la «nueva economía» en la que el «valor de la acción» marca la pauta de la acumulación. De manera que las presiones de los accionistas reorientan las grandes transformaciones en la organización del trabajo y la adquisición de activos financieros en la bolsa o en la propia empresa (compra de acciones para completar los sistemas de jubilación) estructuran un mundo del trabajo asentado en salarios bajos y en la obtención de los mayores beneficios posibles.

Esta modalidad de crecimiento converge a su vez con los 30 años de imposición del modelo neoliberal que en base a la estricta dominación de la lógica del mercado concentra la producción y la riqueza en sectores, regiones y oligopolios del mundo, agudizando enormemente las diferencias sociales tanto en el interior del occidente capitalista como entre el Primero y el Tercer Mundo. La existencia de 1.300 millones de personas que viven hoy en la pobreza absoluta o de la mitad de la humanidad que vive con menos de 2 dólares al día en una época de grandes logros tecnológicos y científicos, refleja a su vez la carencia de «poder de compra» de una parte considerable de la humanidad provocada por el propio sistema.

Ello agudiza la crisis sistémica de sobreprodución que está en la base de todo el proceso. El auge productivo en la época actual de grandes potencias emergentes como Brasil, Rusia, India y, sobre todo China, así como la sobreproducción de la propia economía atlántica combina estos elementos obligando al capitalismo a un nuevo ajuste.

Los cambios estructurales de la globalización, marcados por la emergencia de un mundo multipolar (Unión Europa, Rusia, América del Sur, China, India, etc.) creando a veces organismos alternativos (ALBA, BancoSur, Telesur, etc) dibujan un contexto con dos claves de especial significación. En primer lugar, el declive de la hegemonía de los Estados Unidos de América. Un déficit estructural (comercial y presupuestario) asentado en un keynesianismo militar que mantiene periódicas intervenciones militares y un imperio con bases militares en el conjunto del planeta ha fracasado en el intento de utilizar su superioridad militar, tras el atentado de las torres gemelas, para imponer unas relaciones políticas que permitan recuperar su hegemonía económica mundial. Asistimos, en segundo lugar, al ascenso económico del eje del Pacífico, con una población superior a los 3.200 millones de personas, transformado ya en el centro de la acumulación mundial y en donde China, India y Japón son los grandes actores que financiando la deuda de Estados Unidos permiten la reproducción económica de ésta última. Cualquier variación de la actitud de estos últimos contendientes puede provocar desequilibrios de gran alcance en las relaciones económicas, políticas y monetarias del mundo actual.

Remarcaríamos finalmente la crisis ecológica que nos ha mostrado con claridad meridiana cómo un sistema económico y productivo que explota los recursos al exclusivo servicio de las corporaciones multinacionales, los grandes estados y el capital financiero sin más límites que la capacidad de demanda existente, ha agotado los recursos (petróleo y materias primas) y acumulado, en un breve período de tiempo, un conjunto de desastres medioambientales de los que el cambio climático es su expresión más actualizada. En estas condiciones, la exigencia del Norte de mantener a toda costa el control y el monopolio del 85% de los recursos hoy existentes entra en contradicción con la aspiración al desarrollo de las potencias emergentes que cuestionan la escasez de recursos que les ha sido adjudicada.

Es vital por lo tanto el diagnóstico de la crisis actual. Si la crisis deriva exclusivamente de la financiarización, la alternativa necesaria y/o urgente pasa por una regulación de los mercados financieros, el control y/o propiedad pública de las entidades estatales y supra-estatales del sistema bancario, la desaparición de los paraísos fiscales, la transformación de entidades como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, la aplicación de tasas a las transacciones del capital financiero y otras parecidas. Pero si la crisis es como yo creo una crisis sistémica de sobreproducción, las anteriores medidas tienen una eficacia limitada y se trata esta vez de solventar las deficiencias de demanda en los países occidentales y de manera muy especial en el Tercer Mundo, con grandes inversiones que permitan su recuperación económica. Se trata de aplicar medidas que cambien de manera significativa la relación entre las rentas de trabajo y las rentas del capital a favor de éstas últimas en el capitalismo occidental y aumenten de manera significativa el poder adquisitivo de las grandes masas de personas excluidas en la economía-mundo.

Pero la eficacia de estas medidas se confronta con las necesidades derivadas de la crisis ecológica. La crisis ecológica cuestiona la base material que reproduce la vida en nuestro planeta, y la gravedad del problema nos plantea que no nos enfrentamos solo a una crisis financiera, ni a una clásica crisis sistémica de sobreproducción y ni siquiera a una crisis del modo de producción. La crisis ecológica desvela la mala resolución de la contradicción dialéctica entre los nuevos descubrimientos tecnológico-científicos y su aplicación social y cuestiona de manera definitiva la relación con el trabajo y la naturaleza de nuestra civilización. Se trata por lo tanto de una crisis de civilización. Nuestra alternativa como pueblo vasco y como militantes del socialismo del nuevo milenio es orientar a la transformación de nuestro sistema socio-productivo en la perspectiva de la consideración de esta crisis de civilización.

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