Maite Ubiria Periodista
Sarkozy, entre un abogado judío y un rico «colega» africano
Con la mirada cargada de horror por la muerte en Gaza puede parecer un tanto provocador evocar la persecución a un abogado judío. Y ni por salvar la cara trataré de presentar a este togado curtido en mil batallas como un judío convertido a la justa causa palestina. En su obra «Lévy oblige», este crítico incansable del régimen de incomunicación de detenidos que rige en el Estado francés, ya demuestra las múltiples contradicciones que le plantea una condición heredada, que predispone tantas veces al juicio ligero y a un encasillamiento identitario en el que siente amenazada su libertad.
Lévy, el penalista a contracorriente, ha sido retenido cuando estaba a punto de embarcar hacia Libreville. Su misión: defender a militantes de organizaciones no gubernamentales apresados en Gabón por denunciar los «excesos patrimoniales» de un presidente que se aferra al poder desde 1967.
La misma semana en que Sarkozy confirma su intención de abordar una reforma judicial que fulmina a los jueces de instrucción -lo que se interpreta como un modo indirecto de proteger a la casta política y económica de investigaciones molestas- la Policía francesa detiene en el aeropuerto al letrado que defiende a unos molestos ciudadanos empeñados en sacar a la luz el saqueo africano.
Omar Bongo, el mandatario que se jacta de gobernar «desde tiempos de De Gaulle» fue el primer colega en felicitar a Sarkozy, aquel 6 de mayo de 2007. Y al país en que Bongo ha amasado una enorme fortuna viajó Sarkozy dos meses después, concediéndole el dudoso honor de ser el primer gobernante africano en estrechar la mano al nuevo pupilo del Elíseo.
Lévy, pluma brillante, detenido como si fuera un anónimo cura caboverdiano al que los de la PAF apresan en Hendaia por no portar la documentación en regla. Lévy, ex presidente del Observatorio Internacional de Prisiones, atrapado por policías franceses, colaboradores útiles de la embajada gabonesa, que le retiró repentinamente su visa.
Bongo, Obiang, N'Guesso... tienen buenos amigos en Europa. Pero a sus espaldas acechan asociaciones y militantes que pelean para rescatar a los gobiernos africanos de la maraña de abuso tejida por el neocolonialismo.