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Análisis | Guerra del gas

El Viejo Continente tirita de frío tras el parón en el suministro del gas ruso

Con la llegada del invierno la mayor parte de Europa central y oriental asiste helada a otra edición de una suerte de Gran Juego con el gas como instrumento de guerra. Ucrania juega con su privilegiada posición geográfica e histórica. Rusia trata de forzar alternativas de suministro y la UE vuelve a mostrar su incapacidad para presentar un frente común en defensa de sus ciudadanos y de los países que, como las repúblicas balcánicas, se mueven bajo su órbita. Es el sálvese quien pueda.

Dabid LAZKANOITURBURU

La reedición, recrudecida, de la polémica entre Rusia y Ucrania en torno al gas es el resultado de la aún inacabada recomposición del mapa geopolítico surgido de entre las cenizas de la URSS.

Se veía venir pero las luces rojas no se encendieron en la UE hasta mediados de la pasada semana, cuando, como un castillo de naipes, los países de Europa central y oriental comenzaron a anunciar que habían dejado de recibir el gas ruso que llega vía Ucrania.

El origen de la disputa hay que situarlo en la aún inacabada recomposición del mapa geopolítico surgido tras la desaparición de la URSS y en el proceso de «regeneración nacional» del gigante ruso: la «nueva Rusia».

Gigante energético y primer exportador mundial de gas, Rusia recobra con el nuevo milenio parte de su viejo pulso y se enmarca en un proceso de actualización de los precios de sus ingentes reservas gaseras.

Esta actualización, que consiste en ir poniendo punto final a los precios políticos heredados de otras épocas, es aplicada con carácter general aunque sirve a su vez como instrumento de presión al Kremlin contra países díscolos de su antigua órbita.

Lo que se conoce como «guerra del gas» tuvo su capítulo en Georgia -alineada con EEUU tras la «revolución rosa»- y ya apuntó hace tres años en Ucrania -después de la llamada «revolución naranja». Aquella crisis culminó con una frágil tregua que ha vuelto a estallar en diciembre de este año.

Rusia exige ahora a la Ucrania pro-occidental de Viktor Yushenko 250 dólares por cada mil metros cúbicos de gas. No es demasiado si tenemos en cuenta que el precio habitual alcanza los 450 dólares. A ello hay que sumar la gigantesca deuda acumulada en los últimos años cuyo pago Moscú exige a Kiev.

Habida cuenta de que el 80% del gas ruso hacia Europa transita por Ucrania, sus dirigentes utilizan este cuello de botella como arma en su disputa con Moscú, una confrontación que va más allá de la cuestión del gas y que es, a la postre, la razón de ser del nuevo régimen prooccidental instaurado en Kiev tras la revolución de 2004.

Con sus inmensos almacenes de gas -heredados de una red creada en tiempos en que Ucrania era la hermana menor de Rusia en la Unión Soviética-, Kiev dispone de la capacidad de abrir o cerrar el grifo y no ha dudado en aprovisionarse de gas con destino ajeno (europeo) cuando el Kremlin decidió el 1 de enero romper la baraja y cortarle el suministro de gas.

Ucrania trata de minar la credibilidad rusa como suministrador seguro de gas, consciente de que Moscú esta atrapado de pies y manos por el viejo diseño de gasoductos.

Rusia busca paralelamente segar a Kiev en su acercamiento a Occidente y trata de convencer a la UE de que la «servidumbre de paso» por Ucrania y otros países enemigos de Moscú no es segura y de que le conviene apostar por las alternativas de gasoductos bajo los mares Báltico y Negro (Nord y South Stream).

En este contexto, la UE vuelve a mostrar su falta de reflejos y, lo que es más importante, la ausencia, también, de una política energética común. Los grandes grupos energéticos del Estado francés, Italia y Alemania acaban de firmar acuerdos de suministro a largo plazo con Gazprom. Algunos de ellos están implicados en los proyectos alternativos rusos.

En el núcleo occidental de la Unión, cada país desarrolla su propia estrategia de diversificación y cuida con celo su dominio en esta materia. Mientras, los países de la antigua órbita soviética no han querido -o podido- disminuir su dependencia energética del gigante ruso.

A río revuelto, el lobby nuclear trata de reabrir el debate sobre este tipo de energía, resucitado con el cambio climático.

Para completar el cuadro, el intento de la UE de asegurarse directamente el gas del Mar Caspio (proyecto Nabucco) choca de lleno con la estrategia de Rusia de acaparar la energía de Asia Central e incorporarla a su propia red de gasoductos.

Un nuevo Gran Juego con el gas como «arma de guerra».

Rusia y la UE firman el protocolo de inspección

La Presidencia checa de turno de la Unión Europea (UE) confirmó ayer un acuerdo con el primer ministro ruso, Vladimir Putin, sobre las condiciones de inspección del suministro de gas a través de Ucrania, con lo que si este país da su visto bueno el suministro se reanudaría de forma inmediata. «Sólo falta la firma de Ucrania», informó la Presidencia checa mientras su primer ministro, Mirek Topolanek, viajaba a Kiev para presentar el acuerdo a sus autoridades y tratar de obtener su ratificación.

El acuerdo, cuyo contenido se desconoce aún, contempla la llegada de observadores a la ruta de suministro de gas a través de Ucrania para asegurar a Moscú que parte del contenido no se desvía ilegalmente.

Ucrania exige que en esa comisión de supervisores no participen, tal y como propuso Moscú, representantes de las compañías europeas importadoras del gas ruso, ya que considera que de ser así Gazprom, del que dependen los importadores, controlará a su antojo el organismo. La misión estará compuesta por 18 expertos en energía y cuatro funcionarios comunitarios, a los que se prevé se sumen observadores rusos y ucranianos una vez se cierre el acuerdo GARA

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