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La teoría de la evolución que puso a Dios en su sitio y al ser humano en el suyo cumple 150 años

Este 2009 ha sido declarado Año Internacional de la Astronomía. Pero también será el Año de Darwin. Se cumplen 200 años del nacimiento del gran naturalista británico y 150 de la publicación de su teoría de la evolución de las especies. Una buena ocasión para repreguntarnos de dónde venimos y a dónde vamos.

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Joseba VIVANCO

Un hombre se muere y va al cielo. Allí se encuentra a todas las personas que han muerto, pero están desnudas. De repente, se topa con una pareja de jóvenes y de inmediato se da cuenta de que se trata de Adán y Eva. ¿Cómo lo supo?... Una pista: Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina, pintó a Adán siendo creado por el dedo de Dios... ¡y con ombligo!

Hasta mediados del siglo XIX pocos habían osado rebatir la idea de que Dios era el creador único de la naturaleza y engendrador del ser humano. Y menos en la conservadora sociedad británica de la época. Pero fue un hombre, el mismo al que años después ``The Times'' definiría como «el inglés más grande desde Newton», quien daría un giro copernicano a aquella sociedad teocéntrica y, como alguien ha escrito, «situaría en su lugar al ser humano en relación con el resto de los seres vivos». Se trataba de Charles R. Darwin, de cuyo nacimiento este 2009 se cumplen 200 años y 150 de la publicación de uno de los tratados científicos más relevantes de nuestra historia, su revolucionaria teoría de la evolución de las especies.

Su padre quiso que fuera médico, luego clérigo. Quienes le conocían hablaban de él como un joven normal, que no destacaba en ninguna rama de la ciencia, aunque como todo futuro gran científico, era buen observador. Con diez años de edad ya estudiaba insectos y aves. Su posterior tarea investigadora no le impidió tampoco ser un padre ejemplar, aun cuando perdiera a la «alegría de la casa», su hija Annie, con tan sólo diez años.

El «Beagle» y su libro

Pero la vida de este personaje cambió de manera radical un 27 de diciembre de 1831. Por aquel entonces Darwin era un apasionado naturalista de 22 años, que aprovechó la oportunidad que le brindó un viaje científicó hacia Sudamérica e islas del Pacífico. Del puerto de Plymouth partía el ``Beagle'', en una singladura que cambiaría no sólo su futuro y su propia mentalidad, sino el mundo de la época y del futuro venidero.

El joven Charles estaba ya influenciado en aquel tiempo por otros grandes hombres de ciencias como Charles Lyell, geólogo, y uno de cuyos libros, ``Principles of Geology'' se llevó Darwin como lectura de cabecera. Cuando embarcó, pensaba que las especies eran inmutables; a su regreso, pensaba todo lo contrario. Fue como «confesar un crimen», reconoció. Y eso en una persona creyente, que nunca llegaría a negar la existencia de Dios, pero sí que tuviera algo que ver en la creación de todo aquello que se mostraba frente a sus ojos.

En su crucial viaje por la Patagonia o las Islas Galápagos, halló fósiles, observó, tomó notas. Allí empezó a intuir que las especies que veía habían evolucionado a lo largo de la historia, adaptándose. Pero aún no sabía cómo. Y ese cómo le ocupó los 23 años siguientes a su regreso, en 1836.

Durante todo ese tiempo no se conformó con los indicios que anotó en sus incontables apuntes, sino que corroboró cada idea. Llevó a cabo más estudios -se pasó, por ejemplo, ocho años estudiando los percebes-, luchó contra sus propias ideas y, al final, el 24 de diciembre de 1859, veía la luz en Londres «Del origen de las especies por medio de la selección natural, o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida». Fue un auténtico sismo. No aportaba fórmulas, sino argumentos. Bajo las premisas del tiempo, el azar, la reproducción y la lucha que gobierna la Tierra, arrojaba luz sobre campos como la biología, paleontología y otras muchas disciplinas. Puso a Dios en el banquillo.

La polémica fue inmediata. Tuvo detractores, pero, por fortuna, magníficos defensores como el propio Charles Lyell, Joseph Hooker, Asa Gray y Thomas Henry Huxley. A este último, uno de sus más feroces acusadores, el obispo de Oxford Samuel Wilberforce, le cuestionó si descendía del mono por parte de madre o de padre. Huxley le replicó: «Si la cuestión es si prefiero tener por abuelo a un triste mono o a un hombre magníficamente dotado por la naturaleza y de gran influencia, que emplea esas facultades y esa influencia con el simple propósito de introducir el ridículo en una seria discusión científica... dudaría qué respuesta dar». Por desgracia, 150 años después, sigue habiendo muchos obispos de Oxford. Por fortuna para el mundo, la teoría de Darwin sigue evolucionando.

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