Tanques, aviones, misiles; fósforo blanco y tungsteno. Y los miles de heridos sin asistencia, y el frío, y el hambre. Operación Plomo Fundido: el exterminio. Para hoy, los bombardeos; para mañana, los efectos cancerígenos de la munición. No hay que dejar al azar la vida de los supervivientes. Cerca de novecientos muertos al empezar a escribir estas líneas, quién sabe cuántos al terminarlas.

Mientras, le pedís al mundo comprensión y os doléis de que «cuando la comunidad internacional presiona a Israel, ellos resisten y toman aire con la esperanza de que Israel sea detenido. Es lamentable». No: es admirable. Pero debe de ser un golpe bajo en la moral sionista; eso sí es comprensible. Misiles contra cohetes, tanques contra piedras... encerrada, cercada, diezmada, Palestina resiste.

Lamentable es, en cambio, la incapacidad de la comunidad internacional para deteneros. La permisividad, seguramente simpatía, indudablemente sumisión, de los gobiernos occidentales -ellos, tan soberanos-; su hipocresía infinita y vuestro infinito cinismo. Y ojalá, a pesar de todo, Palestina siga tomando aire, y ojalá, a pesar de vuestra superioridad militar, de la arrogancia de vuestros soldados, de la crueldad de vuestros ejércitos, debáis seguir lamentándolo.

Plomo fundido en los cuerpos palestinos. Hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, y bebés. Plomo fundido y tungsteno. Y fósforo blanco. Hambre, frío, miedo, sangre, y dolor. Pero no es suficiente. Aún Palestina resiste; aún es necesario endurecer la operación. Es necesario el exterminio, el genocidio. Tuvistéis buenos maestros y os habéis revelado como inmejorables alumnos, asesinos.