GARA > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak

Elena Martinez Rubio Doctora en Filosofía

Aquel chiste

Cuando los expuestos al fuego duro y salvaje son los más débiles, cuando son incluso niños, el reconocimiento y el mérito corresponde a los desertores y a los que no estén dispuestos a acatar orden alguna

Cómo empezaba aquel chiste que contaban al invadir no sé qué país? El de los expertos que lo visitaron en busca de armas ocultas, sin conseguir evitar una nueva guerra. Muy gracioso. A no olvidar.

Si la tomadura de pelo es evidente, clara, cierta, manifiesta, ¿no se está acaso dando a la mentira un aire de solidez y consistencia, al argumentar para rebatirla? ¿No se está tomando vanamente en serio al embustero, recabando datos y razones de sobra sabidos? Porque, siendo los mentirosos empedernidos, reincidentes, embrolladores, farsantes, estafadores, enfermos, dañinos, en fin, peligrosos, su comportamiento, demostrado con creces, no es merecedor de más palabras. Sólo cabe volverles la espalda, negándose uno a tratar con ellos. Hablar, discutir, devanarse permanentemente los sesos sobre lo que dicen, les da algún viso de verosimilitud y nueva cuerda, convirtiéndose a la vez en un pasatiempo hasta rutinario, hasta frívolo, que nos mantiene entretenidos. Y como lo que afirman no tiene pies ni cabeza ni hay por dónde cogerlo, es ya casi surrealismo, blablá insufrible, seguirle la pista, día tras día, año tras año, a lo que está hueco, mientras que nada cambia en ellos. ¿No se desvía así la atención sobre lo que urge e importa? A saber, que sus locuras, desatinos y disparates son crónicos y devastadores, sistemáticos.

Más valdría menospreciarlos, rehusar, renunciar a ellos, rechazarlos. Para que los embaucadores se queden, lo antes posible, solos en su monstruoso mundo, con su hambruna de ordena y mando.

Pues cuando los expuestos al fuego duro y salvaje son los más débiles, cuando son incluso niños, el reconocimiento y el mérito corresponde a los desertores y a los que no estén dispuestos a acatar orden alguna, como decía la escritora austríaca Ingeborg Bachmann al denunciar nuestra guerra de cada día en unos versos.

También el poeta Erich Fried escribe, en un breve poema que titula «Un dicho», contra el remolino bélico que gira sin cesar ante nuestros ojos : «Soy la victoria/ mi padre fue la guerra/ es la paz mi hijo querido/ el cual a mi padre ha salido».

No sabemos cómo cambiar las cosas que nos duelen, nuestro dolor es serpiente que se mordisquea la cola, dejándonos maltrechos y en cada vez mayor duelo. El crimen, entretanto, no cesa.

Podríamos al menos renegar de todo gesto que aumente la vergüenza de ser contemporáneos de hechos infames. Ejemplos anteriores de no participación y éxito hay muchos, mas toca a cada tiempo crear los suyos. No permitiendo que funcione en nosotros el mando a distancia, ni que nos sean programados y recargados periódicamente peculiares marcapasos, dejaríamos quizá de ser aparatos con garantía sin límites, consumidos consumidores, para recuperar alguna vez nuestra sensibilidad de origen, y ese poder que ahora está separado de la sociedad.

Qué será que, a pesar de los pesares, todavía de adulto se prefiere dar crédito a los Reyes Magos, qué será que se toleran ridículas nanas y opiáceos arrullos, qué será que no hay atrevimiento para enfrentarse a la desilusión y desenmascarar esa escenificación y coreografía reales, tal y como fue preciso hacer de niño. Y de esta manera los unos, gobernados, administrados y seducidos por los otros, grupos de tramposos despreciables y cómplices bien informados, quisieran seguir creyendo que sobre nuestro modo de vida reinan, en el fondo, de algún modo la razón, el corazón, la cordura o justas leyes.

«Si alguien se propusiese despojar de las máscaras a los actores cuando están en escena representando alguna invención...», se pregunta la Estulticia, protagonista de la mordaz, y además divertida, obra de Erasmo de Rotterdam, «repentinamente se habría presentado una nueva faz de las cosas, de suerte que quien era mujer antes, resultase hombre; el que era joven, viejo; quien poco antes era rey, se trocase en esclavo; y el dios apareciese de pronto como hombrecillo. El suprimir aquel error equivale a trastornar la acción, porque son precisamente el engaño y el afeite los que atraen la mirada de los espectadores».

Ahí andamos, tragando sangrientos espectáculos y sermones de misa negra política. Ahí andamos, actores y espectadores desgraciadamente mezclados en una pieza cuya trama consiste en hacerle el juego a los desvaríos del Estado autoritario, a su necesidad de producción imparable, a la arbitrariedad y al terror, abierto éste, o soterrado y adornado, ejercido hacia dentro o hacia fuera, en una continua, explotadora y destructiva huida hacia adelante. Cierto que tal realidad despótica no es reciente ni mucho menos -sin embargo, ello no le da carácter sagrado ni intocable ni perpetuo.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo