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¿Quién vigila al vigilante?

El pensador francés Michel Foucault realizó en su ensayo «Vigilar y castigar» (1975) un duro diagnóstico sobre la función de la cárcel y cómo ese modelo de control se había ido paulatinamente trasladando a todas las esferas de la sociedad. Tomando como referencia el modelo de cárcel panóptica -que todo lo controla- diseñado por el filósofo liberal Jeremy Bentham en el siglo XVIII, planteó y criticó que la vigilancia absoluta y constante de las actividades humanas experimentada en las cárceles se iba extendiendo e imponiendo en nuestras sociedades.

Más de treinta años más tarde la obra de Foucault es considerada una referencia clásica de la sociología, y son muchos los autores o activistas que adoptan ese punto de vista a la hora de analizar diferentes fenómenos de la sociedad. Sin embargo, el objeto originario de aquel estudio, la cárcel como institución, ha perdido interés y, excepto expertos en la materia, activistas en esa lucha y, sobre todo, las personas y familias que padecen el sistema carcelario, nadie se acuerda de los presos y sus condiciones de vida. La perspectiva crítica sobre el panóptico se ha asumido respecto a la sociedad en general, pero, paradójicamente, lo que ocurre dentro de las cárceles es cada vez más opaco e inaccesible.

El reportaje que publica hoy GARA sobre las muertes en las cárceles es un ejemplo claro de esto. Incluso en un país donde la sensibilidad y la solidaridad con las personas presas es patente -debido al conflicto que conlleva actualmente más de 700 personas privadas de libertad por razones políticas-, la situación de las cárceles vascas permanece en un limbo informativo, social y, ante todo, político. Puesto que es política y de los políticos la responsabilidad última de las situaciones dramáticas e inhumanas que se viven en las cárceles. Más aún cuando promueven cambios legales que tienen como único fin el aislamiento y la marginación en prisión de ciertos segmentos de la sociedad. Al igual que en el siglo anterior o en el XVIII, en relación a la cárcel la cuestión sigue siendo quién vigila al vigilante.

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