Entrevista
«Los avances técnicos en el cine han vuelto cínico al público»
Iratxe FRESNEDA | DONOSTIA
Ojos profundamente azules. Mirada fría y observadora. John Boorman posee la lucidez de las personas que no dejan de crear, que no se resignan ante el paso del tiempo. Buscador incansable de las realidades interiores de sus personajes, plasma magistralmente la violencia que se esconde en el interior del alma humana. Es explícito, piensa que el cine puede mostrar la violencia que nos rodea de un modo feroz. A sus 76 años (los cumple este domingo), el realizador de Shepperton ha dejado para el disfrute de cinéfilos cintas como «Point Black», «Deliverance», Excalibur», «Zardoz» o «El general». Incombustible, Boorman mostrará en el 2010 su visión de Adriano en «Memorias de Adriano», una cinta basada en la «reconstrucción» del personaje que hizo Marguerite Yourcenar en su libro homónimo.
A medida que su obra evoluciona se observa un mayor interés por la denuncia social y política. ¿El paso de los años hace que uno se sienta más libre?
Ahora estoy mucho más relajado. Cuando empiezas a hacer películas estás muy preocupado por los aspectos técnicos; finalizar el proyecto a su debido tiempo, cumplir con los presupuestos estimados... A veces es bueno, pero también había mucha tensión en mis platos, que no deja de ser algo positivo también... Ahora sé cómo hacer las películas, por eso estoy tan relajado. David Lean era muy buen amigo mío; cuando estaba muriéndose estaba con él, hablábamos de la próxima película que iba a hacer y Lean me decía: «John, espero tener tiempo para poder hacer esta película, porque ahora sé hacer películas». Eso sucedió justo antes de que muriera, tenía 88 años. Tardas tanto en aprender el oficio de ser cineasta que, cuando lo aprendes bien, pues te mueres.
¿Cómo ha sido adaptarse a los cambios tan profundos que han sufrido los modos de hacer cine y a la evolución de la propia industria?
Es una pregunta muy interesante. Sabes, hoy cuando he entrado en la oficina de una productora, he visto a doce personas mirando hacia las pantallas de sus ordenadores. Antes, nosotros hacíamos películas sin ordenadores y no eran malas... Cada artilugio que se inventa, se inventa para ahorrar tiempo y cada vez cuestan más dinero. Pero, bromas aparte, ahora hay muchas más posibilidades. Cuando ruedas una película, tienes un monitor donde ver lo que has filmado en el día, cosa que antes no se podía hacer.
Las cámaras digitales dan todo un abanico de posibilidades que antes no teníamos. Un ejemplo podría ser cuando estás filmando de noche y quieres tener la luna en pantalla, y es grande, y utilizas un foco montado en la luna. Pero eso brilla en exceso en otros momentos de la secuencia y tienes que tener gente tratando de tapar el brillo de un lado para otro. Hoy en día esto es innecesario, resulta más sencillo de rodar.
Otro ejemplo sería el filmar a dos personas con un color de tez distinto, una más clara y la otra con la piel más oscura. En una misma escena en la que hay mucho movimiento, es complicado mantener la misma luz para ambos. Hoy en día lo que se puede hacer es tratar la imagen después de haber filmado. Todo ha avanzado mucho. Pero, por otro lado, los avances han hecho cínico al público porque ven una cosa asombrosa en la pantalla y ya están diciendo: «¡Otro efecto por ordenador!...» En una secuencia de la película «El sastre de Panamá», Jeffrey Rush está haciendo un crêpe, lo lanza por los aires, lo atrapa perfectamente y, claro, todo el mundo pensó que era un efecto digital, ¡y no lo era...! (ríe).
¿Qué relación tiene su último filme, «Tigers Tail», con el resto de su filmografía?
La historia habla de un hombre rico que descubre que el dinero que gana procede de las rentas de gentes pobres y decide por sí mismo realizar una distribución de su riqueza. Es un tema que me interesa mucho; la diferencia entre ricos y pobres. Los que tienen y los que no. Tiene que ver con el capitalismo en general. En «Tigers Tail», el protagonista tiene mucho dinero, pero lo tiene a expensas de otros que tienen muy poco. Es algo parecido a lo que sucede con Irlanda que, hasta hace poco, era un país muy «pobre» y, de repente, hay un boom económico. Pero, de ese boom económico, se han beneficiado tan sólo algunas personas. Otras siguen teniendo muy poco.
En Irlanda precisamente rodó usted «Excalibur»...
Fui uno de los muchos intérpretes de la historia... La película está ambientada en el siglo XII, y partes del filme fueron rodadas en Irlanda. Deseaba hacer referencia a la llegada del cristianismo a Europa. La rodé cerca de casa, nunca demasiado lejos... Fue una experiencia intensa.
¿Cómo ve usted la sociedad irlandesa actual? En algunas cintas, como en «Tigers Tale», no salen muy bien parados...
En cuanto a los jóvenes irlandeses, lo de emborracharse es así. No lo juzgo, ofrezco imágenes de lo que veo en una sociedad como la irlandesa. Mi vecino es el manager de U2 y, obviamente, tiene muchísimo dinero. Cuando su hijo tenía dieciséis años, se rebelaba contra la riqueza de su padre. Así que se fue hasta Dublín en busca de la sede del partido comunista de Irlanda. Algo muy difícil de encontrar en Dublín. Al final la encontró. Allí había tres hombres viejos, horrorizados con la posibilidad de que ese joven quisiera afiliarse. Ellos estaban pensando en vender el edificio, que había subido mucho con el boom económico y no querían un nuevo socio, joven, que no les dejara seguir adelante con sus planes... (carcajadas). Ironías de la vida.
Usted, en cambio, parece cuanto más mayor más radical, más políticamente comprometido...
Es muy difícil no mantener una postura política cuando el mundo va como va, menos aún en mi trabajo. Y la política va entrando en mi obra de esta manera.
«El general» fue una película polémica en Irlanda...
Fue muy difícil de convencer a Brendan Gleeson para que se metiera en la piel de Martín Cahill. Era un asunto complicado porque el público suele identificarse con el personaje principal. Curiosamente, aunque hiciera cosas terribles, el público se veía atraído hacia él. La verdad es que esperaba algo más de furia con esta cinta, porque no deja títere con cabeza...
¿Cómo se siente tratado por la industria hoy por hoy? ¿Le sucede como a Billy Wilder que, en su etapa más madura, tuvo problemas para conseguir financiación?
Es más difícil para todos hoy en día. No sólo para mí. Es más difícil hacer películas fuera del sistema de Hollywood. Dentro del sistema de Hollywood, un filme de presupuesto mediano cuesta 70 millones de dólares. No hay tanto beneficio para las productoras, o eso dicen... Lo cierto es que hay una distancia enorme entre los que trabajan dentro y fuera del sistema. Es como si los que están trabajando fuera del sistema vivieran en un gueto. Volvemos al tema de los ricos y los pobres, los que tienen y los que no. A pesar de ello, se siguen haciendo muchísimas películas. No sé cómo es aquí, pero en Irlanda se estrenan diez-doce películas a la semana.
¿Cómo ve a la industria de Los Ángeles?
No quiero tener que ver demasiado con Hollywood, porque con ellos yo no puedo hacer las películas que deseo hacer.
La primera obra maestra de John Boorman fue «Deliverance»(1971), una película compleja, abierta, inclasificable, una intensa plasmación del miedo que somos capaces de sentir por todo aquello que desconocemos y nos inquieta. Para Boorman, la violencia es uno de los elementos principales del cine: «Vivimos en un mundo violento, siempre lo ha sido y, de hecho, cualquier cosa que se mueva implica ya una cierta dosis de violencia». Una violencia que no dudó en plasmar cuando filmó la secuencia en la que se mostraba por primera vez una violación masculina. Nacido en Shepperton, comenzó trabajando como periodista para después afianzarse en la BBC. Interesado en su trabajo, el productor David Deustch le ofreció dirigir «Catch if you can», una cinta que no recibiría demasiados elogios pero que le abrió camino en la industria. Allí, un joven Richard Stark daría notoriedad a «Point Balck», su primera cinta en EEUU. Apoyado por Lee Marvin y junto con Toshio Mifune, rodaría «Infierno en el pacifico». De vuelta a su tierra, comenzaría una nueva etapa en la que, guiado por su admiración hacia Fellini y con Marcelo Mastroniani como emblema, ganaría la Palma de Oro en Cannes con «Leo el último». Tras esta cinta llegaría «Deliverance», la primera película con la que obtuvo su primer éxito en taquilla. El largometraje, nominado a varios premios Óscar, basado en la novela de James Dickey, reveló una desconocida faceta del popular Burt Reynolds. Cautivado por la historia del «El señor de los anillos», trató de llevarla al cine sin poder conseguirlo pero, tras «Zardoz» y «El exorcista II», llegaría «Excalibur», una de las mejores versiones cinematográficas de las leyendas artúricas. Boorman ha continuado haciendo cine sin descanso al margen de la industria, pero no demasiado lejos. «Esperanza y gloria», «La selva esmeralda» o «El General» son algunas de sus obras posteriores a «Excalibur», una cinta que cumple años este mes, como su director, alguien que ve la vida como la aventura de un chico de los suburbios.