La clase» fue la cinta ganadora de la Palma de Oro en Cannes en el 2008. Dirigida por Laurent Cantet, escrita y protagonizada por Françoise Bégaudeau, refleja de un modo sutil y verista los conflictos derivados de la integración entre diferentes culturas en un espacio común como es una escuela.

El retrato sociológico que dibuja el equipo de Cantet nos muestra en la película una historia que sucede durante un curso escolar en la clase de un instituto parisino. Mediante una realización de esas que se acercan a la transparencia pero en la que el trabajo de montaje ha sido minucioso, nada parece escapársele a la cámara.

Una cámara que capta las actuaciones de actores amateurs, adolescentes de carne y hueso, y se deleita en sus habilidades interpretativas. Para preparar el proyecto, el equipo de la cinta se reunía con una periodicidad semanal, organizados en talleres. La dinámica de trabajo acogía a profesores y alumnos que improvisaban y dibujaban las estructuras de lo que después aparecería en el montaje final. Con el tiempo se fueron modelando los personajes que contribuyen al encanto de la película. La historia tiene de apasionante lo que la vida real. El director apenas nos da tregua para poder escapar de lo que vemos y pensar en nuestros propios asuntos de familia.

Una familia que en nuestros días está algo alejada de las necesidades de los adolescentes, solos ante situaciones difíciles de resolver por sí mismos. Y aquí entra en juego el papel del profesor, que a veces sustituye a la familia durante demasiadas horas. «La clase» documenta el desgaste y la tensión constante que provoca la relación intensa del día a día entre unos docentes agotados y unos adolescentes incansables, tiernos, divertidos y conflictivos al mismo tiempo. Los asuntos de familia pasan a ser asuntos que incumben a los demás, que acaban salpicándonos a todos, que se convierten en películas.

El autor de «El empleo del tiempo» rescata pedazos de una realidad a veces dolorosa pero siempre inspiradora y simultáneamente, consigue mantener vivo el interés del espectador, atento a la dura tarea diaria del profesor destinado a participar en diálogos que se vuelven cómicos de lo trascendentes que llegan a ser. Bégaudeau y Cantet no alardean de tener soluciones mágicas, pero el retrato de la vida en esta escuela de película destila autenticidad en un mundo en el que a veces la magia de lo cotidiano pasa demasiado desapercibida.