Víctor Moreno escritor y profesor
La profundidad de las cosas
El término «profundo» se usa profusamente tanto en contextos culturales como la crítica literaria -en la que es habitual encontrar frases del estilo de «profundo tono ideológico» o «su profundidad se antepone a la linealidad»- como en otros más cotidianos -como, por ejemplo, en una pegatina en la parte trasera de un vehículo que reza «este camión lo conduce un español, profundamente español»-. Muchas de esas referencias al término «profundo» dejan perplejo a Víctor Moreno, que con gran ironía analiza en este artículo el significado del mismo.
Una vez, se encontraron dos amigos. Uno de ellos comentó que estaba leyendo «un libro muy profundo». El otro le respondió: «¿Y eso qué quiere decir, que su autor piensa como tú?».
El amigo lector guardó silencio y no supo qué contestar. Milagroso, pero cierto. El término profundo había logrado que aquellos dos amigos se mantuvieran callados durante largo rato, algo insólito en sus relaciones. Más tarde, repuestos del descubrimiento de que podían aguantarse estando callados, mantuvieron un diálogo acerca de los posibles significados de profundo. No hallaron ninguno que fuera satisfactorio para ambos.
Otra vez, me cuenta un amigo que intentó adelantar a un camión, pero se paró en seco cuando observó que en la parte trasera de aquél podía leerse la siguiente leyenda escrita sobre las franjas de una enorme bandera española: «Este camión lo conduce un español, profundamente español». Dice mi amigo que se quedó clavado detrás del camión. Quiso una y otra vez adelantarlo, pero había algo que se lo impedía. Más que el hecho de que aquel camión lo condujera un español -nada extraño, por otra parte-, lo que le llenaba de perplejidad era la expresión «profundamente español». Deseaba comprobar cómo un español, profundamente español, conducía un camión. Que él recordara, nunca se había topado con alguien que manifestara su profundidad española de esta guisa. Le traía mosca si su manera de conducir era diferente a la de los otros camioneros, fueran españoles a secas, vascos, cacereños o gallegos. Como no tardó en verificar que aquel camionero profundamente español no se diferenciaba en nada de un español superficial conduciendo su vehículo, lo adelantó, y se puso a pensar en el término «profundamente».
Decía el obispo Covarrubias, en su «Tesoro de la Lengua Castellana o Española», que hondo y profundo vienen del latín «fundum», la parte baja de cualquier recipiente, que contiene algo de líquido. Y añadía que profundo significa a veces lo muy escondido y misterioso, algo, en lo que, improbablemente, se estaba ejercitando el camionero, pero, vete a saber, lo que puede dar de sí un camionero profundamente español. Profundizar -además de cavar para ahondar una zanja, un hoyo- es «discurrir con la mayor atención y examinar o penetrar una cosa para llegar a su perfecto conocimiento». Una actividad, es cierto, no muy propia de camioneros cuando ejercen como tales, pues, cuando se conduce, hay que estar a lo que se conduce, se sea uno profundamente manchego o superficialmente valenciano.
Pero no se piense mal. Porque el camionero, lejos de hallarse solo en la grosera utilización del término profundamente, está muy bien acompañado, incluso por un selecto club de «intelectuales», como son los críticos literarios.
Rara es la reseña donde no se encuentre el término profundo y sus derivados, profundamente y profundidad. Por supuesto, no busquen cuál es el significado que los críticos atribuyen a tales términos, porque no lo encontrarán.
Como digo, en la crítica literaria es muy habitual leer que tal o cual escritor es «una de las voces más sabias y profundas de la narrativa y lírica españolas». No sé si se llegará a la profundidad española de la que hacía gala nuestro camionero, pero seguro que está a su mismo nivel de hondura. ¿Cuál? Eso es lo que a mí me gustaría saber.
Los críticos hablan de «profunda trabazón», «profundo tono», «profundo tono ideológico», «profundidad decisiva», «profundidad excepcional en los análisis», «profundidad de la mirada», «su profundidad se antepone a la linealidad», «profundidad de las ideas». La verdad es que tanta profundidad llega a marear.
Por si fuera poco, existen «escritores profundos, indagaciones profundas, discursos profundos, intenciones profundas, conocimiento profundo de la literatura, libros profundos, novelas profundas y contenidos profundos».
Al mismo tiempo, existen «personajes dotados de profundidad», «personajes o escritores que no asumen en profundidad lo más profundo de lo literario, a pesar de apostar por lo más profundo y lo más literario» (sic). Resulta paradójico que, habiendo tantos escritores y tantos textos profundísimos, nos haya tocado vivir una época tan banal, tan inclinada al cultivo de lo efímero, de lo actual y lo «superficialmente espectacular».
Socialmente, el término profundo está ligado a la reflexión, pero no sólo, ya que también se habla de «sentimientos profundos», «tristeza profunda», «mirada profunda», llegándose a decir que «nada como el dolor para profundizar en las cosas». De ahí que más de uno considere que los mejores filósofos habría que buscarlos en los hospitales y no en las universidades.
En lo que a mí me atañe, ignoro el contenido de la denominada profundidad literaria. En el mismo nivel de ignorancia personal situaría mi actitud ante lo que se califica como «escritor profundo» y «novela profunda». Es más, me pregunto cómo será posible distinguir una novela profunda de una novela superficial y si existe algún sistema especial que pueda distinguir y examinar -etimológicamente, fiel de la balanza-, ambos calificativos.
El crítico Conte se lamentaba en un artículo de que la crítica había interpretado muy mal a Sainte-Beuve cuando éste no habló bien de Chateaubriand, Víctor Hugo, Balzac, Stendhal o Baudelaire. Esto, según Conte, no era así. Y tal juicio equivocado se debía a «no haber leído en profundidad a Sainte-Beuve», como él, «crítico profundo» donde los haya, lo había hecho. Faltaría más. Y menos. Porque la expresión «en profundidad» es tan democrática como inexacta. Se puede leer en muchos textos de profesores universitarios, impartan la asignatura que sea, y en infinidad de articulistas de postín y de fulgor. Y críticos, claro.
Estudiar o analizar en profundidad algo es hacerlo en un lugar abisal, insondable. Por ejemplo, en una sima o caverna, en un sótano, en una bodega, en el fondo del mar, para lo que sería necesario el uso de un material técnico adecuado, no sé, un buzo o escafandra, por ejemplo.
Y es que, por mucho que se diga, nadie estudia y analiza en profundidad. A no ser que sea submarinista. Si alguien lo hace, estudiarlo, será con profundidad.
Eso, sí, por muchas vueltas que le doy, sigo sin saber cómo será conducir un camión, cuando uno se siente «profundamente español» o «profundamente idiota».