Las salvajadas de las que cada día tenemos noticia y que provienen de esa minúscula franja de terreno de Gaza espeluznan a la persona menos sensible y, tal vez por ello, hay quien se cree en la necesidad de justificarlas. O por lo menos hacerlas digeribles

Ayer, en «Abc», Edurne Uriarte intentaba darle la vuelta a la tortilla, aun a riesgo de que, en el volteo, le cayera en la cabeza.

Se ubicaba la columnista entre quienes «defendemos el derecho de Israel a la legítima defensa», que debe ser eso de bombardear colegios y hospitales, ¿no?

Pero, por si acaso, se ponía también la venda: «no odiamos a los palestinos y creemos firmemente en su derecho a un Estado viable». Pues tienen una forma bastante curiosa de hacerlo, digo yo.

Lo que le preocupa de verdad a Uriarte es que «la sustancia del odio es ideológica. Y consiste en la identificación de Israel con el imperio americano y con la derecha mundial». Algo así debe de ser, a la luz de los hechos y las actitudes.

Según la encargada de la voltereta, «no hay otra manera de explicar que los manifestantes antiisraelíes de Madrid se hayan negado completamente a reconocer los ataques previos de Hamás contra Israel. O a enterarse de la reiterada negativa de Hamás a reconocer el derecho a la existencia de Israel. O a admitir su estrategia de atentados suicidas o uso de escudos humanos, que es lo mismo. O a identificar su ideología fundamentalista». Por partes: no hay proporción entre una violencia y la contraria; quien niega la existencia del otro, con brutalidad, además, es Israel y, por estos pagos, nadie que yo conozca se identifica con el fundamentalismo islámico, sino contra la barbarie sionista.

Y para sustentar el dislate, Edurne Uriarte recurre a Moshe Halbertal, un catedrático israelí de Filosofía, «de izquierdas, por más señas», que planteaba a los manifestantes europeos la siguiente pregunta en las páginas de «The New York Times»: «¿Pero quién es David y quién es Goliat aquí?». Pues, perdonen Uriarte y Halbertal, pero a servidora le parece más que evidente. ¿Por qué, si no, vetan la entrada de testigos a Gaza?