La UE se tienta la ropa antes de entrar de lleno en la crisis del gas
Entre la espada de una Ucrania que no duda en presentar sus credenciales pro-occidentales a la vez que deja sin gas a medio continente y la pared de una Rusia que trata de demostrar que la díscola Kiev no es un socio fiable para nadie, la UE mostraba sus reticencias a participar en la cumbre propuesta para mañana por Moscú. La Comisión de Bruselas parecía proclive a aceptar la invitación rusa, rechazada por París mientras no se restituya el suministro de gas.
GARA |
Pese a estar en el centro de la tormenta glaciar provocada por la «guerra del gas» que cumplía ayer nueve días, la Unión Europea era incapaz ayer de hablar con una sola voz y los distintos países miembros respondían de manera distinta, en algunos casos opuesta, a la invitación de Rusia para celebrar mañana una cumbre con todos los países implicados en la crisis.
El Kremlin anunció haber cursado las oportunas invitaciones para la cumbre de Moscú. El presidente ruso, Dimitri Medvedev, invitó formalmente y a través de una conversación telefónica a su homólogo ucraniano, Viktor Yushenko.
Fuentes de la Presidencia ucraniana insistieron en que Yushenko condiciona su participación en una cumbre a que ésta se celebre «en territorio europeo, no en Moscú».
Yushenko anticipó la víspera una contrapropuesta para que la cumbre tenga lugar en Polonia, enemiga histórica de Rusia y aliada del sector pro-occidental que copa el poder en la vecina Ucrania.
Por contra, el Kremlin anunció que la primera ministra ucraniana, Yulia Timoshenko, viajará mañana a Moscú donde será recibida por su homólogo ruso, Vladimir Putin.
La Comisión de Bruselas, órgano ejecutivo de la UE, confirmó su intención de enviar a Moscú al comisario de Energía, Andris Piebalgs, y al ministro del ramo de la República Checa, Martin Riman, a condición de que los dirigentes rusos y ucranianos «se impliquen plenamente y tengan mandato para encontrar una solución duradera» a la crisis.
Más condiciones
El Ministerio francés de Exteriores señaló, por contra, que «no hay condiciones para una cumbre mientras no se reestablezca el suministro de gas conforme a los compromisos adquiridos por Rusia y Ucrania».
El Gobierno francés, que presidió la UE hasta el 1 de enero dejó así de envenenada la «patata caliente» a la Presidencia checa.
Más allá de los más que posibles recelos y luchas por el protagonismo -el presidente galo, Nicolas Sarkozy, no ha ocultado que los seis meses de Presidencia de la Unión le han sabido a poco y pretende seguir liderando a su particular manera la diplomacia comunitaria-, queda en evidencia la ausencia de una estrategia definida en el seno de los Veintisiete en torno a la crisis. Fuentes comunitarias insisten en que lo último que quiere la UE es verse arrastrada al corazón de un conflicto que presenta aristas, como poco, oscuras.
La sociedad Rosukrenergo, con sede en el paraíso fiscal suizo y que actúa como intermediaria entre Moscú y Kiev en el suministro de gas, es sólo una de ellas.
Pero Moscú sigue llamando a las puertas de la UE. El Kremlin propuso ayer una salida: que sea un consorcio europeo el que suministre a Ucrania el gas técnico, que Kiev exige para que sus gasoductos tengan suficiente presión para mantener el flujo en sus gasoductos.
La crisis del gas compromete las aspiraciones del poder en Kiev de acercarse a la OTAN y a la UE y supone un nuevo baldón a una reputación ya minada por el conflicto político interno y a la que hay que sumar que Europa, privada en parte de gas, es menos proclive si cabe a enfrentarse al potente vecino ruso.
Si en 2006 primó en la UE la interpretación de que Rusia quería castigar a Ucrania tras la revolución naranja de 2004, la percepción de la crisis actual no es la misma. Y es que países como Eslovaquia y la misma Presidencia checa de la Unión han elevado el tono de sus reproches. «La cifra de ucranioescépticos en Europa aumentará y la atmósfera de las relaciones bilaterales empeorará», augura el politólogo ucraniano Volodymyr Fesenko, del centro de estudios políticos Penta.
Un análisis con el que coincide Andrew Wilson, del Consejo Europeo para las Relaciones Internacionales. «Aumentan los reproches a Ucrania e impera una cierta exasperación por su táctica» ante Moscú. Ucrania se revela como un país no seguro ni estable.
En ello tiene que ver el resultado de la «revolución naranja», con sus principales líderes enzarzados en continuas trifulcas. Bien es cierto que los esfuerzos occidentales de Ucrania recibieron un duro golpe tras la guerra georgiana de agosto del año pasado.
Una situación que Moscú aprovecha para imponer sus reglas de juego. «Rusia está haciendo todo lo posible para convencer a Europa de que Ucrania ha fallado, y así recuperar el control de sus gasoductos», resume Vira Nanivska, de la Academia Nacional de Gestión Estatal.