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Pilar Galindo | Grupos Autogestionados de Konsumo (*)

En defensa de la seguridad y la soberanía alimentarias

La seguridad alimentaria es el derecho de todas las personas a disponer de alimentos sanos y nutritivos. La Organización Mundial de Comercio (OMC) y la Organización Mundial para la Alimentación (FAO) imponen un modelo basado en la producción industrial de alimentos a gran escala. La OMC desregula el comercio mundial de productos agrícolas y la FAO orienta la producción agrícola de los países empobrecidos hacia la exportación, promoviendo su integración en un mercado mundial controlado por las multinacionales. El resultado es la subordinación del derecho de todas las personas a disponer de alimentos sanos y nutritivos a los beneficios de las grandes corporaciones del agronegocio.

Las multinacionales, agentes principales de este modelo, violan derechos humanos, constituciones de los estados, acuerdos internacionales, derechos y libertades. Pero no podrían hacerlo sin la complicidad de los gobiernos globalizadores, la impunidad de las instituciones del capitalismo internacional (OMC, FMI, BM, OCDE, Unión Europea, OTAN...) y la impotencia de la ONU y sus organismos especializados.

El hambre y la desnutrición afectan a 963 millones de personas, y van en aumento. La toxicidad de los alimentos industrializados amenaza a la mayoría de la humanidad. Las víctimas de la mercantilización y la globalización alimentaria no son producto de un «orden natural», sino de un orden social basado en la desigualdad, la explotación y el dominio sobre las personas y la naturaleza. Las víctimas alimentarias son víctimas de un asesinato en serie. Si 30.000 personas mueren de hambre cada día, siendo la mitad niños, ¿por qué en los países desarrollados se pagan cuantiosas sumas para que la tierra no produzca? ¿Por qué se invierten 900.000 millones de dólares al año en gastos militares? ¿A qué obedecen bloqueos criminales, incluidos alimentos y medicinas, para matar de hambre y enfermedades a pueblos enteros?

El modelo de «seguridad alimentaria» de la FAO se evidencia a día de hoy en tres imágenes. Por un lado los flacos que se mueren de hambre, por otro los gordos que se mueren de comida basura, y por último la población de Gaza que se muere de la misma causa: la globalización capitalista y el imperialismo.

El fracaso continuado de las cumbres de la OMC expresa la imposibilidad de «ordenar el libre comercio mundial». El hambre y las enfermedades por desnutrición y toxicidad de los alimentos, crecen paralelas al cambio climático, las catástrofes naturales, la pérdida de biodiversidad, el despoblamiento del campo, las migraciones, la precariedad, la privatización de la protección social, la exclusión, la violencia competitiva y la violencia armada. Sin embargo, la imposibilidad de impulsar un «libre comercio ordenado», no quiere decir que fracase el libre comercio. Por el contrario, éste avanza mediante acuerdos bilaterales y multilaterales más expoliadores si cabe. El problema del libre comercio mundial es, precisamente, él mismo. Desde la lógica competitiva no hay diálogo con los derechos humanos, la soberanía de los pueblos, la democracia y los límites de la naturaleza.

En el último año hemos asistido a la escalada del hambre por un alza brutal de los precios de los alimentos básicos. En el contexto de recesión económica mundial producida por la debacle financiera, dichos precios están cayendo de la mano del aumento de la pobreza y la exclusión. Sin embargo, el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de la FAO (17/10/08) nos da las recetas de siempre. Por un lado, medidas a corto plazo de índole caritativo que frenen la conflictividad social pero que no interfieran en el mercado, ayudas a los colectivos excluidos para acceder a los alimentos básicos que el mercado les niega y subvenciones y créditos para que los pequeños agricultores se impliquen más en el mercado mundial. Por otro, medidas a medio plazo como cerrar la ronda de libre comercio de Doha, profundizar en la apertura de los mercados y aplicar las nuevas tecnologías (transgénicos), junto con las preexistentes (abonos químicos y tratamientos agrotóxicos) para intensificar la producción y evitar la lucha por la tierra entre alimentos y carburantes.

La FAO elude cualquier medida que limite la libre circulación de capitales y la concentración de tierras, recursos agrícolas y alimentarios en manos de las multinacionales. La cifra de hambrientos y obesos crece con los precios de alimentos e insumos agrícolas, al tiempo que las multinacionales de semillas, fertilizantes y distribución de productos agrarios y comida basura incrementan sus beneficios. Las instituciones políticas como la FAO, al servicio del mercado global, son corresponsables de que en estos últimos 60 años, no sólo no se haya resuelto el problema del hambre, sino que se haya agravado.

Los que matan a tantas personas en el mundo son el capitalismo, el neoliberalismo, las leyes de un mercado salvaje, la deuda externa, el subdesarrollo y el intercambio desigual. Pero no podrían hacerlo sin nuestra colaboración como consumidoras y consumidores. En la medida en que nuestro consumo procede de alimentos industriales globalizados y marcas blancas en grandes superficies, además de lesionar nuestra salud, cooperamos con el aumento de hambre en el mundo. Incluso, consumidores supuestamente responsables, adquirimos alimentos ecológicos de importación y fuera de temporada. Si queremos formar parte de la solución, debemos cambiar nuestras pautas alimentarias, adecuarlas a los ciclos de la naturaleza y la distribución en circuitos cortos. No podremos hacerlo solas. Por eso debemos asociarnos con otros consumidores para adquirir alimentos ecológicos de temporada, producidos por pequeños productores agroecológicos cercanos. Estamos por la reducción drástica -en la dieta de los países ricos- de proteína animal y que no proceda de explotaciones intensivas.

Soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a decidir acerca de la producción, distribución y consumo de sus propios alimentos. La condición de la seguridad alimentaria es la soberanía alimentaria. Eso supone considerar la producción de alimentos como una necesidad social y no como un negocio. La producción de alimentos debe satisfacer prioritariamente, las necesidades alimentarias de las poblaciones locales y comerciar con el posible excedente. Sin embargo, no podrá haber «otra producción de alimentos» sin «otro comercio, distribución y consumo» de los mismos. Es necesaria nuestra implicación como productores y consumidores.

Cuando el mercado nos sume en el caos, el hambre, la inseguridad y la guerra, y las instituciones políticas son impotentes o cómplices, es necesaria la intervención de la sociedad. Es el momento de pasar a la acción. Productoras agroecológicas y consumidores responsables, unidos contra la globalización alimentaria.

(*) El presente artículo ha sido la base para la campaña «En defensa de la seguridad y soberanía alimentarias. Lucha contra el hambre. La FAO, ¿solución o problema? Coexistencia con transgénicos no, no y no! Ni producidos, ni importados, ni consumidos. ¡Prohibición!» (www.nodo50.org/lagarbancitaecologica/garbancita). A esta campaña, promovida por el Grupo de Estudios Agroecológicos (GEA) de los Grupos Autogestionados de Konsumo (GAKs), se han sumado más de 50 colectivos y redes de consumo responsable y producción agroecológica, así como organizaciones campesinas, ecologistas, sindicales, sociales y políticas. La campaña culmina con una concentración frente al Palacio de Congresos de Madrid hoy lunes, 26 de enero de 2009 a las 17:45 horas. Durante hoy y mañana, se realiza allí una cumbre mundial que bajo la denominación de «Reunión de Alto Nivel de Seguridad alimentaria para todos» y el patrocinio del secretario general de la ONU Sr. Ban Ki Moon y el presidente del Gobierno español, se propone, una vez más, la lucha contra el hambre sin enfrentarse ni a sus causas ni a sus causantes verdaderos.

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