El tercer largometraje de Abdellatif Kechiche le confirma como uno de los cineastas más volcados en la problemática de la inmigración en el Estado francés, dado su origen tunecino. Ya triunfó en la Mostra de Venecia en el 2000 con su ópera prima «La faute a Voltaire», en la que los inmigrantes descubrían que los principios de «Liberté, égalité, fraternité» no se cumplen para ellos en la que se supone tierra de acogida de los norteafricanos.

En su siguiente «La escurridiza, o cómo esquivar el amor» localizó la acción en los barrios multiculturales de los disturbios raciales, con la originalidad de presentar a estudiantes de instituto de hoy en día representando una pieza teatral clásica de Mariveaux. Aunque la película ganó tres premios César en la edición del 2005, hubo quien acusó al cineasta de ceñirse al texto original con unos resultados excesivamente discursivos. Una tendencia que remite en «Cuscús», donde se impone el retrato de personajes basados en recuerdos y el cariño que éstos despiertan en la memoria siempre fresca.

«Cuscús» es la historia de un patriarca magrebí que, a sus 60 años, trata de mantener unida a su familia por encima de las rupturas y las desavenencias. Vive en la ciudad costera de Sète, cercana a Montpellier, conocida por sus canales y las canciones de Georges Brassens. Se siente demasiado viejo para seguir trabajando en los astilleros, pero esta cirscunstancia no le hace renunciar a intentar conseguir sus sueños. Le gustaría abrir un restaurante en un barco abandonado, convencido de que el proyecto servirá de estimulo para agrupar a los suyos y conseguir que todos remen en la misma dirección.