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CRíTICA cine

«Cuscús»

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Mikel INSAUSTI

No está nada mal la progresión de Abdellatif Kechiche, consagrado ya con su tercer largometraje como un maestro del cine contemporáneo sobre la inmigración norteafricana al sur de Europa. No podía ser de otra forma, porque «Cuscús» es su obra más personal hasta la fecha, inspirada en su propia familia. Pero, más allá del profundo conocimiento de los personajes y situaciones reales que retrata, hay un avance en cuanto a asumir el riesgo narrativo para atrapar la naturaleza del tiempo, como lo hace el mexicano Carlos Reygadas. En las dos horas y media que dura la película se suceden unas pocas secuencias, dos de ellas larguísimas: Una comida familiar de domingo y una fiesta inaugural del negocio impulsado por el cabeza del clan. Todas transcurren a tiempo real, sin cortes o saltos que condicionen el comportamiento de ese grupo humano, cuyos elementos disponen de espacio más que suficiente para interactuar y reflejar sus vivencias tal cual son.

La secuencia capital de la fiesta en el restaurante flotante se desarrolla en paralelo a otra, en la que el patriarca busca a su hijo mayor desesperadamente en medio de la noche. La del barco, con los invitados bebiendo y esperando a probar la especialidad de la casa, ese «cuscús de pescado» que no llega, tiene el ritmo embriagador del cine antropológico y musical de Tony Gatlif. A ello contribuye el sentido de la improvisación que domina la puesta en escena, con los viejos músicos tunecinos entregados a una interpretación que se alarga animada por los movimientos sensuales de la bailarina, una pletórica Hafsia Herzi que vuelca en la «danza del vientre» toda la pasión de las mujeres de su cultura, y que cuanto más jóvenes son resultan más comunicativas y trascendentes. Mientras tanto, ajeno a lo que allí ocurre y a las reacciones solidarias por la parte femenina de su comunidad, el patriarca persigue cansinamente a unos niños de barriada que le han robado la moto, y así se van agotando sus últimas fuerzas.

«Cuscús» evita la conclusión final de rigor, prefiriendo dejar las cosas donde están. No se puede hablar tampoco de un desenlace abierto, porque sencillamente la película no busca ningún objetivo último que no sea el de retener fragmentos de vida. No hay un planteamiento convencional a la hora de saber si el negocio familiar va a funcionar o no, porque se trata tan sólo de plasmar la lucha de un hombre que desea mantener unidos a los suyos, por encima de todas las tensiones y desencuentros internos. Es la forma que Kechiche encuentra para homenajear a la generación paterna, la que salió de Túnez a la búsqueda de un futuro mejor en el Estado francés. Al final de una existencia entera dedicada a procurar que a sus hijos no les falte de nada, el protagonista se encuentra con la problemática del paro, pues ya no hay trabajo para alguien que ha pasado la barrera de los sesenta años en los astilleros del puerto de Sète, la ciudad de los canales a la que cantó Georges Brassens.

El cotizado mundo de las estrellas de cine se tambalea cada vez que una película como «Cuscús», rodada íntegramente con actores y actrices no profesionales, demuestra que hay mucha más autenticidad en la expresión popular de los rostros exentos de artificio o método interpretativo alguno. Es una comunidad en el exilio, la magrebí en este caso, la que aparece representada por una manera de ser y de comportarse propias, con hombres callados que ocultan infidelidades y mujeres temperamentales que no paran de gesticular y de hablar.

Ficha

Título original: `La graine et le mulet'.

Dirección y guión: Abdellatif Kechiche.

Intérpretes: Habib Boufares, Hafzia Herzi, Faridah Benkhetache, Abdelhamid Aktouche...

País: Estado francés, 2007.

Duración: 151 m.

Género: Drama familiar.

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