No hay crisis en la bolsa de las emociones rojiblancas, que siguen claramente al alza. En una de las semanas más felices de la temporada, el Athletic firmó su segunda victoria consecutiva, en otra noche de alto voltaje.

Lo fue porque, como sucediera el miércoles en Gijón, los bilbaínos tuvieron que remontar un resultado adverso antes de poder celebrar el triunfo. Y también porque, si el éxito del Molinón se traducía en la continuidad del Athletic en Copa, la victoria frente al Málaga le asienta entre los mejores de la Liga. Pese al comprensible tropiezo de Almería, el cuadro bilbaíno mantiene una trayectoria espectacular, que le ha llevado a encajar una sola derrota en las últimas nueve jornadas -entre las que hay que intercalar dos triunfos y dos empates en el torneo del k.o.-. La consecuencia es evidente en la clasificación, en la que el Athletic ha pasado de sufrir por un futuro nada halagüeño a situarse, al menos hasta que concluya la jornada, a sólo tres puntos de la UEFA.

También lo es en el estado de ánimo de equipo y afición, en el convencimiento al que tanto alude Joaquín Caparrós. Ni al uno ni a la otra se les pasó ayer en ningún momento la posibilidad de dejarse llevar, pese a que el Málaga se adelantó en dos ocasiones en el marcador. El Athletic atraviesa su mejor momento, no ya de la temporada, sino de los últimos años, y nadie está dispuesto a dejarlo pasar. Ni siquiera el cansancio acumulado por una noche de tanto esfuerzo como la del miércoles impidió que los rojiblancos peleasen por la victoria hasta el último suspiro.

Un aspecto igualmente destacable. El experimento de Almería no convenció y Caparrós volvió a tirar de sus hombres de confianza. Sólo Ustaritz, en sustitución del lesionado Aitor Ocio, y Fran Yeste, tras su buena actuación ante el Sporting, se ganaron una plaza en el once -aunque en la segunda parte, el partido de Sevilla empezó a llamar a la puerta y jugadores como David López o Javi Martínez adelantaron la ducha-. Pese al reciente desgaste, los bilbaínos fueron capaces de repetir otro choque de máxima exigencia.

Y un último, y no menos importante, detalle positivo, en una noche en la que no hubo demasiado lugar a las críticas, salvo algún despiste en porterías y alrededores. El juego del equipo, que pese a los resultados se ha echado de menos en más de una ocasión, también rayó a gran nivel por momentos. Hubo balones largos, pero también hubo control, triangulaciones, pausas... Aunque, las cosas como son, sólo cuando metió velocidad al balón creó realmente peligro el Athletic.

Para empezar, disgusto

Tardó algún tiempo en empezar a hacerlo, pese a que el choque se le puso cuesta arriba de inmediato. A los dos minutos y medio, para ser exactos, cuando Albert Luque metía el pie, en posición bastante dudosa, para enviar a puerta un centro-chut de Apoño.

Con casi noventa minutos por delante, el Athletic se lo tomó con calma. Se hizo con la iniciativa y controló ritmo y juego, aunque le costó sorprender al Málaga. Durante esa primera fase, de hecho, casi se vivieron más sustos en el área rojiblanca, incluyendo un disparo de Luque al palo.

Las cosas empezaron a cambiar cuando el Athletic metió una marcha más ligera, convirtiendo el choque en un toma y daca que, conforme avanzaba el tiempo, se decantaba del lado local. El gol acabó llegando poco antes del descanso con una contra por banda izquierda: Amorebieta, Yeste y Llorente llevaron el balón hasta la línea de fondo, desde donde llegó de nuevo al basauritarra para que rematase desde el borde del área.

Se las prometía felices el Athletic, que mantuvo el dominio en la reanudación. Pero volvió a recibir un jarro de agua fría cuando Lolo cabeceaba una falta. De nuevo con prisa pero sin pausa, los rojiblancos buscaron la remontada. El primer paso llegó pronto: Yeste y Llorente se intercambiaron los papeles y esta vez fue el nueve el que controló un servicio largo de su compañero para anotar con la zurda desde la frontal del área.

Como quiera que ni Málaga ni, sobre todo, Athletic renunciaron a llevarse los tres puntos, el intercambio de golpes se prolongó hasta el último suspiro. Entonces explotó definitivamente San Mamés, cuando Susaeta se disfrazó de delantero centro para cabecear un centro de Toquero.