Estamos a menos de un mes de las autonómicas de la CAV y empiezan a caer los velos del disimulo. Ayer el veterano Antonio Casado, en «El Confidencial», admitía su decidida apuesta por sacar a los jelkides de Ajuria Enea y mostraba su particular hoja de ruta, al tiempo de advertir sobre los riesgos y las trampas en ese recorrido.

Según los sondeos que maneja Casado, PP y PSOE lo tienen chupao, aunque reconoce que la encuesta que maneja «tiene el inconveniente de todos los sondeos que se hacen por encargo: la tendencia a complacer al cliente. Quien paga al gaitero elige la tonada, dice el viejo refrán», pero a pesar de todo, se aferra al dato que justifica su pieza.

Por momentos tampoco disimula su euforia: «¿El cuento de la lechera? Nada de eso», aunque explica las condiciones que se tienen que dar: «necesitamos descontar dos elementos en la reconquista de la normalidad democrática. Uno, que los amigos de ETA (D3M y Askatasuna) queden legalmente inhabilitados (...). Y dos, que la suma de escaños obtenidos por los dos partidos nacionales comprometidos con la Constitución, PSOE y PP, sea de al menos 38 diputados».

Respecto a las listas abertzales, da por descontado que «nadie tiene la menor duda sobre las intenciones de esos dos instrumentos del Gobierno que, unidos a la vía judicial ordinaria, alumbrarán un cuadro electoral con nueve escaños más a repartir entre opciones legales». ¡Y ni siquiera se pone colorado!

Resulta que ahí está el quid de la cuestión: «Sin los amigos de ETA en la liza electoral del 1 de marzo, en todas las encuestas realizadas hasta ahora PSOE y PP rebasan holgadamente el umbral de la mayoría absoluta». Ya entiendo por qué ese frenesí ilegalizador.

Pero hay un riesgo, y también lo advierte Casado: «Son datos desnudos, a los que prefiero aferrarme antes de entrar en la pugna propia de una campaña electoral donde el trasiego de imputaciones mutuas pueden hacer olvidar al PSOE y al PP los bienes gananciales que se juegan en estas elecciones». Seguiremos sobre el asunto.