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El cólera diezma Zimbabwe

La epidemia de cólera que asola Zimbabwe, la más virulenta de su historia, se ha cobrado ya la vida de 3.229 personas. Además, las autoridades sanitarias internacionales temen que la enfermedad se propague aún con mayor rapidez en las próximas semanas y que alcance también a los países limítrofes, multiplicando el número de víctimas. La enfermedad, altamente infecciosa, encuentra en esta región africana un caldo de cultivo especialmente favorable, no sólo por las lluvias tropicales que se registran en esta época del año acelerando el contagio, sino porque las condiciones socioeconómicas impiden que su desarrollo se pueda atajar con efectividad.

Zimbabwe es un país sumido en la miseria. La tasa de paro ronda el 80% de la población activa, la producción prácticamente se ha detenido y la inflación es extraordinariamente elevada, tanto como la escasez de artículos de primera necesidad. Como consecuencia de ello, las infraestructuras están colapsadas y es habitual ver las basuras diseminadas por las calles, mientras el suministro de agua potable está al borde del caos. Este contexto se agrava por la escasez de médicos y personal sanitario, que la crisis ha empujado a abandonar el país en busca de mejores condiciones laborales. El escenario político es otro factor coadyuvante en el avance del cólera. Por un lado, el régimen del presidente Robert Mugabe impide o dificulta la entrada a las entidades humanitarias. Por otro, la comunidad internacional se muestra reacia a enviar ayuda económica, a pesar de los requerimientos de la ONU, como forma de presión al mencionado régimen.

En definitiva, el cólera -al igual que el sida, con más de dos millones de afectados en el país, y otras enfermedades- encuentra todas las facilidades imaginables para propagarse y diezmar la sociedad de Zimbabwe. Lo preocupante, una vez más en África, es que el juego de intereses políticos y económicos, bien sean internos o internacionales, perjudica tanto como las aguas contaminadas la erradicación de epidemias propias de la Edad Media, y no del siglo XXI. La vida sigue cotizando muy bajo en el continente negro.

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