Ni Eibar ni Nástic, ambos con tres derrotas a sus espaldas, atraviesan su mejor momento. Pero si alguien quiere probar fortuna en las apuestas, lo tendrá claro, la victoria azulgrana es la mejor pagada.

Ni los pronósticos del aficionado más acérrimo colocan al Eibar como favorito. Ni el nivel de juego que ha ofrecido en las últimas jornadas, ni la situación clasificatoria -que pesa, y mucho- avalan al conjunto armero. Y mucho menos su trayectoria como visitante, con apenas cinco puntos sumados en diez desplazamientos, en los que sólo ha sido capaz de anotar tres goles.

Al Eibar, sin embargo, no le queda otra que saltar la banca. Con el equipo tocado anímicamente, Carlos Pouso muy cuestionado y la obligación de sumar prácticamente la mitad de los puntos de aquí a junio, los azulgranas afrontan una nueva final. Con más aspectos positivos, pese a la situación, que negativos. En caso de derrota, la situación empeorará, pero tampoco demasiado; no en vano quedarán aún veinte jornadas por delante para superar una desventaja de sólo tres puntos respecto al Alavés, equipo que ahora mismo marca la frontera con el descenso. La victoria, sin embargo, podría tener efectos casi milagrosos. Además de arañar tres puntos al objetivo, el Eibar sacaría la cabeza del descenso, con todo lo que ello supone en el plano psicológico.

Por ahí ha llegado, de hecho, una de las claves de las últimas derrotas, en opinión de Carlos Pouso. La ansiedad está pesando mucho a unos jugadores que, probablemente, y aún en igualdad de puntos, lo harían mejor si no se viesen en la zona roja de la clasificación.

Hoy intentará abandonarla un once muy diferente del que cayó ante el Elche. Tanto que Pouso se dejó en Eibar a cuatro jugadores que fueron titulares el domingo (Txiki, Markel, Insa y Codina) y a otro, Tiko, que salió en la segunda parte y fue expulsado con roja directa.

Una revolución que -aunque habrá que esperar hasta ver los planes definitivos del técnico- devolverá la titularidad a Romero, Urzelai o Larrazabal.