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Nicola Lococo Filósofo

La FAO y el canibalismo

La FAO anda reunida por enésima vez para analizar, estudiar, calibrar, estadisticar, tasar, medir, pesar, sopesar la realidad del hambre en el mundo, empeño que requiere de infinidad de congresos, seminarios, charlas, ponencias, conferencias y cuantiosas dietas -paradojas de la vida-, todo para decirnos que queda mucho por hacer. Tiene gracia la cosa: antaño bastaba con rebañar bien el plato porque... efectivamente, no hay mejor modo de acabar con el hambre en el mundo ¡que comiendo!

Con esta reflexión en la cabeza, me hago eco del planteamiento materialista del antropólogo M. Harris, quien en su prestigiosa bibliografía da suculenta cuenta de los distintos tabúes culinarios, hindúes, judíos y musulmanes, así como del canibalismo en civilizaciones tan avanzadas como la Azteca, fenómeno éste propio que aparece en condiciones donde se carece de un aporte proteínico directo y abundante, que no procuran plantas y vegetales. Así, disfrazado de rito, sacrificio y tributo a reyes y dioses, escondería la necesidad de una determinada sociedad y de sus élites por hacerse acopio de calorías, no ya para la supervivencia cuanto también para mantener su hegemonía social, política y económica.

Henos aquí que, sin comerlo ni beberlo, el canibalismo que hoy por hoy es la mejor forma de comernos unos a otros sin necesidad de formación ni estudios, a diferencia de la antropofagia, podría presentársenos como exquisita receta apetecible para solucionar el problema, siempre y cuando fuéramos capaces de alimentar su apetito en cuantos padecen el azote del hambre y no meras ganas de comer... unos 1.000 millones de personas. En una o dos generaciones habríamos terminado con el hambre en el mundo, en un proceso que podríamos dar en llamar meiosis social inversa, en clara oposición a la naturaleza que les hizo nacer -que no a su etimología latina, que significa hacer más pequeño-, pues es de suponer que la mitad se comería a la otra mitad en varios ciclos hasta que su número fuera tal que no pudiéramos prescindir de ellos, amén de no poner en riesgo nuestro sistema de producción. Sería entonces cuando, para apaciguar su ferocidad exacerbada por el continuo consumo de carne, habría que reeducarlos en la dieta mediterránea y el régimen vegetariano, aunque es posible que se rebelasen de nuevo con una huelga de hambre indefinida.

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