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Camino de la final

Lo bueno de verdad se hace esperar... ¡y habrá que armarse de paciencia!

Víspera de Santa Águeda. Grupos y más grupos de cofrades contaban la vida y los milagros de la mártir de Catania y con un deseo en su fuero interno: un buen resultado del Athletic. Y sí, la espera fue un martirio... que durará un mes.

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Arnaitz GORRITI

Hay forofos muy forofos que, ciegos de confianza, ya tienen en su posesión una entrada para la final de Copa que se disputará en Valencia el próximo 13 de mayo. Pero incluso esos devotos del club de Ibaigane saben que para semejante lujo, ver al equipo de su alma en una final copera por primera vez desde 1985, habrá que esperar y sufrir.

Y mucho. Pero saben mejor que nadie que ese sufrimiento merece la pena. ¡Lástima que deban pasar un mes entero de martirio antes de ver si el sufrimiento ha valido la pena!

Las calles de Bilbo vivieron la víspera de Santa Águeda con santa paciencia. Después de rogar hasta última hora de la tarde -a las 20.30 aún se cantaba- las calles comenzaron a quedarse desiertas y, como los vasos comunicantes, las casas y los bares, a llenarse.

Pero primero llegaba la sorpresa. «¡Cómo está lloviendo en Sevilla!» hasta que se rumoreaba que podía suspenderse. «¿Cómo?» El impasse hasta las 21.15 transcurrió lentamente.

La marea del Kirruli

Uno de los establecimientos en el que con más garbo se vivió fue en el Kirruli de Indautxu. Un pequeño establecimiento que respiraba el Athletic con un lleno tan denso que ni la puerta abierta lograba aligerar.

Fuera soplaba el viento con fuerza y en el contraste con el local -y los demás locales- parecía que en el quicio de la puerta se entraba en un universo nuevo. Tanto, que una de las mejores formas de aligerar la tensión de un partido tan importante fue cuando el camarero pinchó el himno del Sevilla. Un poco de ironía antes del duelo.

Y arrancó el choque y, con él, se acabaron las bromas. El partido no rebosaba calidad pero sí emoción, así que la comida, la bebida y el humo comenzó a bajar a medida que subía el nerviosismo. Por ejemplo, cuando Kanouté estrellaba un balón en el travesaño o, por el otro lado, cuando un remate de Ion Vélez salía rozando el larguero. Entre tanto, vivas al Athletic, por la liberación de Palestina, y ánimos a los aficionados del Athletic que se desgañitaban en Sevilla.

Y llegó el gol de Llorente. La calle retumbó cuando en Bilbo se escuchó la marea rojiblanca gritar. Lo más difícil estaba conseguido. Pero siempre hay quien vaticina las desgracias, sobre todo los que alertaban que los de Caparrós se estaban echando atrás. Ni siquiera la gran actuación de Iraizoz ni el penalti errado por Kanouté aliviaron la pena. Primero fue Duscher y después Acosta quien amargó un buen resultado que debió ser mejor.

 

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