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Fede de los Ríos

Torquemada pasea por la Concha

Si la sola afirmación de que probablemente Dios es inexistente es una agresión ¿qué sería la de que, de existir un Dios creador, omnipotente y omnisciente consentidor del sufrimiento de miles de personas pudiéndolo evitar, a ese Dios sádico habría que combatirlo hasta acabar con él?

La Fiscalía del Santo Oficio de Gipuzkoa acusa Xabier Silveira de un delito contra «los sentimientos religiosos» y solicita para él un multa de 3.600 euros por el artículo «Me cago en la virgen» publicado en este periódico.

Silveira es de Lesaka, tierra de gentes parcas en palabras y expresiones lacónicas. De haber nacido en la Nafarroa media, sin duda la expresión coloquial ante el enfado por las injusticias que se cometen, hubiera sido más descriptiva, algo así como «Me cago en la virgen puta», que oímos a diario a gentes creyentes del dogma católico, a escépticos agnósticos y a impíos ateos. Mucho más florida y extendida la expresión, oída por éste que suscribe, en la zona Ribera: «Me cago en la Virgen puta, en San José bendito y en los zapaticos del niño Jesús». El autor del exabrupto, cristiano convencido y buena persona; la causa, un golpe de aire desestabilizante de la sombrilla del velador en el que nos encontrábamos, lo que provocó la caída de los vermuts sobre el pantalón del creyente.

Silveira ha sido juzgado bajo el artículo 525 del Código penal de 1995 (s.XX) que en el punto primero dice «Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican».

El citado artículo se cierra con un segundo punto: «En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna». No hace falta ser versado hermeneuta para concluir que el punto dos es parche añadido e intento nivelador de tamaña estulticia jurídica propia del nacional-catolicismo.

Esto se denomina en cualquier lugar del mundo delito de blasfemia y los delitos de blasfemia corresponden a códigos de regímenes teocráticos.

Ningún fiscal ha procedido a juzgar a miembro alguno de la beligerante Conferencia Episcopal Española por las diarias diatribas lanzadas contra los que no profesan la fe en Cristo. Los que visten de púrpura gozan, al parecer, de bula jurídica.

Si la sola afirmación, en unos autobuses, de que probablemente Dios es inexistente es, para los popes católicos, una agresión y un escarnio hacia sus creencias ¿qué sería la afirmación de que, de existir un Dios creador, omnipotente y omnisciente consentidor del sufrimiento de miles de niños, mujeres y hombres en el planeta pudiéndolo evitar, a ese Dios cruel y sádico habría que combatirlo hasta acabar con él?

Crean los creyentes en sus cosas, por más inverosímiles que sean y que ningún artículo de código se lo impida. Critiquen la ciencia y todo pensamiento racional y razonable. Pónganse cilicios en protuberancias o introdúzcanselos en los orificios que consideren convenientes y placenteros, pero déjennos vivir a los demás en paz sin Dios, sin hímenes sagrados ni prepucios santos circuncidados. ¡Copón!

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